En contra de lo que alguno me atribuye, no tengo nada de radical. Ni de reliquia del 68, ni de feroz maximalista, ni de utópico, ni de fundamentalista democrático: soy un conformista. Con que me den un poco de lo que reclamo, voy que chuto.
Llevo tanto tiempo perdiendo todas las guerras en las que me meto que puede decirse que la derrota es mi estado natural. No me incomoda en absoluto. Por el contrario, supongo que, si venciera alguna vez, me sentiría desazonado. Siempre me he identificado con la respuesta que dio mi paisano Jorge Oteiza cuando le comunicaron que le habían concedido el Príncipe de Asturias de las Artes: "No estoy dispuesto a arruinar mi carrera de perdedor con un éxito de mierda".
De modo que me considero más que satisfecho con la sentencia del caso Marey. Me parece perfecta. Me autoriza a sentirme ganador sólo de una batalla parcial: la guerra va para largo, y nada fío en ella.
Si fuera un radical de verdad, me indignaría la sentencia que parece que va a dictar la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Detención ilegal, malversación de fondos públicos... ¿Cómo puede ser que no condenen a esa gente también por pertenencia a banda armada?
Arguyen que, para que se pueda hablar en rigor de banda armada, no basta con que formaran una banda y tuvieran armas; que se requiere, además, que actuaran con el propósito de subvertir el orden constitucional.
Qué absurdo. Nadie hace nada con una intención tan abstracta. La subversión del orden constitucional es el medio; el fin siempre tiene una entidad mucho más material y provechosa: que si acabar con tal o cual enemigo al margen de los engorrosos recursos de la ley, que si conseguir que manden los tuyos aunque no venzan en las urnas...
Si yo fuera un intransigente -un fundamentalista democrático, que dicen-, la emprendería también contra el escándalo que se han montado a cuento de la filtración. Qué morro tienen. Si filtrar teóricos secretos judiciales a la prensa fuera felonía, como sostuvo anteanoche el ínclito García Ancos, el Supremo sería una cofradía de felones. Hay magistrados de tan insigne Tribunal que te cuentan confidencias sin necesidad siquiera de que se las pidas: por puro cotilleo, por mera incontinencia oral.
Tampoco me quedaría callado, si fuera un utópico y un maximalista, ante la indisimulada complicidad ideológica que amagan todas las voces que ya se levantan pidiendo el indulto -cuando aún ni siquiera hay sentencia-, o que se lamentan humanamente de que Barrionuevo y Vera tengan que ir a la cárcel. De ser una reliquia del 68, diría que verlos entrar en prisión me alboroza: que saboreen un poco del jarabe que ellos dieron a tantos.
Pero no haré nada de eso: ni criticar la suavidad de la sentencia, ni mofarme de los cómicos rubores de algunos miembros del Supremo, ni festejar el encarcelamiento de este par de políticos venales.
Ya digo que soy un conformista. Me basta con haber ganado una batalla. Da igual la guerra. La guerra siempre está perdida.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de julio de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de julio de 2010.
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