Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II, agoniza.
-¿Y tú qué por qué tienes que hablar de él, si eres ateo? -me dice por enésima vez mi buen amigo Gervasio Guzmán.
Primer punto: yo no me defino como ateo. No sitúo la idea de Dios en el capítulo de los asuntos que me mueven a tomar partido. No creo en la existencia de Dios, desde luego, pero hay muchísimas otras entelequias en cuya existencia tampoco creo, y no por ello asumo ninguna bandería específica. Por ejemplo: no creo en los fantasmas. Ni en las sirenas. Tampoco creo que existan los marcianos. ¿Habré de definirme por ello como afantasmal, asireneo y amarcianita? Espero que no.
El debate sobre la existencia o inexistencia de Dios -de todos los dioses, en general, y de cada uno de ellos, en particular- no me concierne.
Pero cabe examinar la trayectoria vital de Karol Wojtyla, lo mismo que la realidad de la iglesia que ha encabezado durante tantos años, al margen de su pretendida conexión con tal o cual divinidad, como fenómenos estrictamente humanos.
Siendo así, asumo el viejo aforismo latino: «Nihil humanum a me alienum puto». Nada humano me es ajeno. Lo humano me concierne.
Es probable que Karol Wojtyla fallezca en las próximas horas, si es que no se ha muerto ya. Y apuesto uno a diez -otra apuesta que nadie me aceptará- a que los editoriales de cientos de periódicos de todo el mundo harán el mismo balance ramplón. Hasta puedo predecir el titular: «Luces y sombras de un papado». Las luces: su honda preocupación social, su lucha por la paz, etcétera. Las sombras: sus posiciones retrógradas en materia de costumbres, familia, sexo y demás.
Es un balance falso.
Un balance correcto requiere de magnitudes del mismo tipo. La supuesta «honda preocupación social» y la tan mentada «lucha por la paz» de Karol Wojtyla no ha traspasado jamás la frontera de las proclamas y los discursos. En la práctica, ha tenido excelentes relaciones con las más altas autoridades del neoliberalismo, el neocapitalismo y la neoexplotación a escala internacional, lo mismo que con los señores de la guerra del mundo entero, empezando por George W. Bush. De hecho, no ha movido un dedo para que las inmensas riquezas que posee la Iglesia Católica -en terrenos, en edificios, en obras de arte- hayan salido al mercado, así sea en proporción mínima, para obtener con qué dar socorro a los parias de la Tierra. En cambio, las batallas que Karol Wojtyla ha encabezado contra el control de la natalidad, contra el uso de profilácticos en las relaciones sexuales, contra la igualdad de derechos de las mujeres (dentro de su propia iglesia, para empezar), contra el derecho al aborto, contra el divorcio, contra los avances de la genética con fines terapéuticos... y un largo etcétera, han sido reales y muy reales, y han repercutido gravemente sobre millones de personas a lo largo y lo ancho de todo el mundo.
¿Luces y sombras? Con las luces de la trayectoria vital de ese caballero no se podría iluminar ni el camino del infierno.
Suerte tiene de que no exista el reino de las tinieblas.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de abril de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de noviembre de 2017.
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