La mayoría de los norteamericanos se muestra favorable a una intervención militar en Irán. Es probable que no sepa ni por dónde cae el tal país, pero ha oído que el Gobierno de Teherán no renuncia a su programa nuclear y con eso le basta. Lo que las autoridades iraníes han dicho es que quieren que se les garantice que podrán desarrollar su propia red de energía atómica con fines civiles, pero la opinión pública de los EUA no se para en barras ni en estrellas: quiere que ese país engrose la nómina de los sometidos a control, y punto.
La opinión pública estadounidense sabe perfectamente que su Gobierno dispone de más armas nucleares que ningún otro y que, desde luego, ni va a permitir que nadie las inspeccione ni piensa destruirlas. La opinión pública estadounidense tiene asumido un doble rasero permanente: da por hecho que sus autoridades pueden reclamar a los demás lo que ellas jamás harán. Es seguro que se quedaría tan ancha si se enterara -tal vez lo sepa- que los jefes de Washington almacenan armas de destrucción masiva prohibidas por tratados internacionales que ellos mismos han rubricado, cosa que justifican diciendo que tienen dificultades técnicas para destruirlas, dificultades que nunca han reconocido a ningún Estado poco amistoso. Los norteamericanos, por lo general, consideran que forma parte de la lógica natural de las cosas que su país pueda meter baza en cualquier asunto interno de cualquier otro estado, incluida la designación de sus mandatarios, pero no aceptan bajo ningún concepto que ningún gobernante extranjero les dé lecciones sobre cómo deberían hacer sus cosas. En cualquier terreno: desde el funcionamiento de la Justicia a la pena de muerte, pasando por la organización económica. Ejemplo clásico: ponen el grito en el cielo si otros países -o la UE- limitan la libre circulación de tales o cuales mercancías, pero ellos tienen establecido un montón de restricciones aduaneras. Particularmente llamativo es que se consideren la quintaesencia de la democracia y se pongan como modelo permanente cuando han conseguido las tasas más apabullantes de abstención electoral y han abierto fosos insalvables entre la población acomodada y las enormes franjas sociales excluidas de la participación en la riqueza y en la conducción de la res publica.
La opinión pública norteamericana, comandada por lo que allí llaman la WASP people (la gente blanca, anglosajona y protestante), tiene arraigados en este momento en lo más profundo de su ser un conjunto de convicciones que representan un auténtico peligro para la paz mundial y para la extensión de valores humanos tales como la libertad, la solidaridad y la igualdad de derechos.
La mayoría de la opinión pública estadounidense es una mayoría aplastante. Aplastante en el sentido más literal y opresivo de la palabra.
A José María Aznar le encanta. No me extraña. Es de su estilo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (24 de junio de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de junio de 2017.
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