Le veo interés a la polémica sobre cómo deben ser las matrículas de los coches, pero no por lo que revela sobre el amor que los hombres tienen a sus respectivas nacionalidades, sino por lo indicativa que es del amor que le tienen a sus coches. Sólo quien concibe el coche como una extensión importantísima de su identidad puede tomarse tan en serio una chorrada semejante.
La relación de los hombres con sus coches -y cuando digo "los hombres" quiero decir los hombres, no las mujeres- es un fenómeno muy digno de estudio. Los hay que lo tratan como si fuera lo más importante de su vida: lo miman, le sacan brillo, lo limpian constantemente (y muy en especial los domingos por la mañana), consideran la más perversa de las afrentas que alguien pueda rozárselo... He constatado con perplejidad que hay hombres que no se preocupan en absoluto por la limpieza y el orden de sus casas, pero tienen el coche siempre como un pincel. A cambio, conozco muchas mujeres que actúan exactamente al revés.
No he visto jamás una amenaza de revuelta referida a la identificación del origen de un bien de uso como la que se ha producido con lo de la matrícula de los coches. Sesudos diputados de CiU han anunciado que taparán la E de España de sus matrículas con la CAT de Cataluña. «¡Y si me multan, que me multen!», ha exclamado uno. A cambio, usan sin rechistar toneladas de otros productos que se los venden con el registro de origen español bien visible.
Es gente cuyo corazón se divide entre la patria y el coche. No sé si a partes iguales.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (20 de septiembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de marzo de 2017.
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