«España no puede conformarse con ser un país simpático; tiene que ser un país serio, capaz de asumir responsabilidades».
Oí esta afirmación de Aznar a última hora de la tarde del lunes, cuando todavía me encontraba tratando de digerir la noticia de la muerte de Julio Anguita Parrado. Llegué a pensar que había entendido mal, por culpa de mi propio desconcierto. Pero no: ayer la leí en varios periódicos. Y, por mucho que me afectara la muerte de José Couso, no me cupo ya duda: había dicho eso.
¿A cuento de qué esta contraposición entre seriedad y simpatía? Al repasar el conjunto de su perorata, comprendí su intención: estaba reprochando a la oposición, y con ella a millones de ciudadanos, su actitud «simpática» frente a la guerra. Él, en cambio, se gana «la consideración y el respeto internacionales» mostrándose «capaz de asumir responsabilidades». O sea, no siendo simpático, sino implacable. Él se parapeta tras la norma que Bush ha tomado -sin saberlo, por supuesto- del Calígula de sus peores años: Oderint dum metuant. «Que me odien, pero que me teman». Aznar aspira a ser temido -ya que no respetado- por delegación.
Eso es para él lo serio.
Pero es serio tan sólo por las materias con las que juega: vidas, destinos, derechos, libertades. No por el rigor de sus planteamientos.
No tiene nada de serio dar luz verde a una guerra crudelísima anunciando que el objetivo es llevar la democracia a Irak y luego declarar con total tranquilidad que habrán de pasar bastantes años antes de que los iraquíes puedan elegir a sus representantes, porque «no hay condiciones».
Es una broma del peor gusto afirmar que la ONU tendrá «un papel crucial en la reconstrucción de Irak» y aclarar a continuación -Washington dixit- que será crucial... «porque las tareas humanitarias son cruciales».
Tampoco puede considerarse un rasgo de seriedad negarse a pronunciar la palabra «guerra» -¿alguien ha oído al jefe del Gobierno español hablar de algo que no sea «el conflicto»?-, como si la pudibundez de la semántica pudiera ocultar la naturaleza aplastantemente bélica del hecho.
A cambio, sí que es serio, y mucho, que camine al paso que marca el mando supremo de un Ejército que, cansado ya por lo visto de matar civiles iraquíes, la emprende ahora contra los centros de Prensa, con la obvia intención de provocar el desalojo de los corresponsales extranjeros, para que no sean testigos de la limpieza de opositores a la que va a proceder en cuanto termine la guerra.
Aznar quiere «un país serio, capaz de asumir responsabilidades». Por lo de serio pierda cuidado: ya lo está, y mucho. Incluso triste, a fuerza de ver y sentir a diario el dolor y la muerte.
En cuanto a las responsabilidades, mejor haría en no pedir a otros que las asuman. Empiece por hacerlo él, que las ha contraído, y muy graves.
Un aviso y una fe de errores.- (1) Este apunte retoma un par de ideas ya incluidas en el de ayer. Las he retomado en atención a los lectores de El Mundo, periódico en el que publico hoy las líneas anteriores en forma de columna. (2) La maldición que lanzó Julio Anguita tras conocer la muerte de su hijo no fue como ya la reproduje, tomándola de un teletipo. Anguita padre dijo: «Malditas sean las guerras y malditos los canallas que las apoyan". Bastante más contundente.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (9 de abril de 2003), salvo el aviso, el cual se publicó únicamente en el Diario. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2017.
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