Llevar camisetas con el lema «No a la guerra» en la tribuna del Congreso de los Diputados constituye una intolerable alteración del orden que obliga a la presidenta Luisa Fernanda Rudi a ordenar el desalojo de quienes tal hacen.
Presentarse en un pleno municipal con letreros que dicen «¡Asesinos!» e increpar al alcalde y a tres concejales llamándoles de todo y arrojándoles objetos, como hicieron ayer varios dirigentes del PP y el PSOE desplazados a Andoain, es una actitud extraordinariamente valiosa y encomiable.
¿En qué estriba la diferencia? ¿En la desigual importancia de las causas defendidas en uno y otro caso? ¿En que el alevoso asesinato de un militante socialista en Andoain justifica cualquier forma de protesta, no así la colaboración del Gobierno de España en una guerra injusta?
Si alguien ve las cosas de ese modo, que lo diga, y lo discutimos. Entretanto, pensaré que la derecha española se pasea por la política con un embudo en la mano: para ella la parte ancha, que lo permite todo; para los demás, la boca estrecha.
Segundo caso: un joven interrumpe un acto de José María Aznar en Arganda del Rey (Madrid) gritándole "¡No a la guerra!». De inmediato empieza a ser insultado por el público: «¡Hijo puta!», «¡Cabrón!», «¡Asesino!» (sic), «¡España, España!» (resic!). Los simpatizantes aznaristas zarandean y empujan al joven; algunos le pegan. El servicio de orden se lo lleva a rastras.
Aznar espera con gesto severo a que acabe el incidente. Entonces interviene y dice: «Ese joven tiene suerte, porque vive en un país en que se pueden decir esas cosas y no pasa nada». Y remata: «Y se pueden gritar esas consignas, que además son las nuestras». ¿Que no pasa nada? ¡Pero si acabáis de echar a bofetones al que ha hablado! ¿Que esas consignas son las vuestras? Entonces, ¿por qué tratáis tan mal a quien las lanza?
¡Qué suerte, que vivimos en un país en el que por gritar «¡No a la guerra!» sólo te pegan y te echan a patadas, no como en Irak, que gritas «No a la guerra» y te asesinan!
Asegura el tópico que una imagen vale más que mil palabras. No siempre es verdad, pero a veces sí. La imagen de Aznar presumiendo de lo bien que se trata aquí a los discrepantes, mientras un discrepante era golpeado y empujado delante de sus narices -y de las nuestras-, resultó de lo más elocuente, sin duda.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (9 de febrero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de febrero de 2017.
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