La defensa de la igualdad de derechos de las mujeres con respecto a los hombres no tiene por qué manifiestarse sólo por la vía positiva.
Cuando una imbécil hace de imbécil -o, más sencillamente, demuestra que es imbécil-, hay que decirlo.
Tal cual. Sin genéricos.
Sin derecho a cuotas.
Me dan igual, ya para estas alturas, las razones por las que María Teresa Rivero llegó a presidenta del Rayo Vallecano, club de fútbol por el que siempre he sentido especial predilección, entre los madrileños.
Las conozco. Todos las conocemos. Dejémoslas de lado.
En todo caso, es presidenta de un club de fútbol. Y tiene los mismos derechos y las mismas obligaciones que cualquier otra persona que ocupa un cargo semejante.
Joan Gaspart, su homólogo del Barça, se ha ganado tropecientas broncas -tropecientas razonables broncas- por dar muestras de forofismo cuando ocupaba un puesto de representación institucional en uno u otro palco.
En comparación con Rivero, Gaspart es el más flemático de los aficionadillos. Ella clama, grita, se desencaja -o deja que su dentadura se desencaje-, se levanta, brama y dice de todo, particularmente contra los árbitros, en todos los partidos. Y todos la miran con paternal condescendencia. Se lo perdonan.
¿Por qué? ¿Porque es mujer? ¿Porque aún no hace nada no tenía ni idea de fútbol y era capaz de entusiasmarse cuando el contrario metía un gol?
Ayer anularon al Rayo un gol legal. Se lo tomó con indéntica indignación con la que había respondido a otras decisiones arbitrales totalmente justas. Es una ignorante chillona. De ser hombre, sus obligados compañeros de palco pondrían el grito en el cielo y pedirían a voces que se le prohibiera pisar un estadio. Por zafia. Por estúpida. Por impresentable.
Personalmente, me da grima. La misma que tantas otras mujeres empeñadas en hacer de hombrecitos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de abril de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2017.
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