En América Latina saben algo de terrorismo. Sobre todo de terrorismo de Estado. Hablo de terrorismo en sentido estricto, esto es, como la violencia ilegal organizada destinada a forzar a la población a aceptar lo que de otro modo no toleraría.
En Latinoamérica el terrorismo se ha practicado en masa. Y se sigue practicando, aunque a menor escala que en los tiempos más negros de las dictaduras militares generalizadas, cuando el Gobierno de los EE.UU. impartía clases de la materia en la Escuela panañena de las Américas.
En Bolivia, donde el golpista Hugo Bánzer ha regresado al poder, ahora mediante las urnas, las Fuerzas Armadas rivalizan con la guerrilla fanatizada a la hora de aterrorizar a la población rural. En El Salvador gobierna todavía el partido de los escuadrones de la muerte, que se ha autoamnistiado para no tener que responder de crímenes tan espantosos como el asesinato de Ellacuría y sus compañeros. De los métodos desplegados por Alberto Fujimori en Perú para amedrentar a la oposición y a la prensa crítica no hace falta hablar. Los paramilitares colombianos de las AUC siguen haciendo sangrientas operaciones de castigo contra la población de las zonas sospechosas de simpatizar con la guerrilla. El comportamiento del Ejército mexicano y de los matones prolatifundistas en Chiapas tiene un componente aterrorizador -si es que no directamente genocida- que a nadie se le escapa.
Pues bien: en este contexto, acude Aznar a la X Cumbre Iberoamericana y presenta un proyecto de resolución sobre el terrorismo... ¡en el que no se habla más que de ETA! Es la representación viviente de la rana de la fábula, que creía que el cielo era del tamaño de la porción que ella veía desde el fondo de su pozo.
¿Ignora el presidente español que sólo los paramilitares colombianos han matado en un año mucho más que ETA en toda su existencia? No; no lo ignora. O tal vez sí, porque le importa un bledo.
Si los gobernantes latinoamericanos tuvieran siquiera un asomo de vergüenza, le habrían respondido al jefe del Gobierno español que una declaración conjunta iberoamericana sobre el terrorismo, si se pretende que sea medianamente seria, no puede dejar de afrontar el fenómeno a esa misma escala. Que las vidas españolas, por muy europeas que sean, no valen más que las latinoamericanas.
Pero no hicieron nada de eso. No sólo para dar satisfacción a Aznar, sino también, y sobre todo, porque maldito el interés que tienen en que se hable seriamente del terrorismo sufrido por sus propios países.
Sólo puso objeciones la representación cubana. Y tuvo razón en lo que dijo, por más que el Gobierno de La Habana, especializado en encarcelar disidentes y en atemorizar a su propia oposición, tampoco sea el más indicado para dar lecciones a nadie sobre coherencia en la defensa de los Derechos Humanos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (19 de noviembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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