Una de las cosas que más me gusta de mi actual trabajo es que está en Tres Cantos.
Tres Cantos es un pueblo nacido ex nihilo en los últimos 25 años. Fui testigo de su aparición. Vivía yo por entonces en Colmenar Viejo, uno de los escasos pueblos históricos de la provincia de Madrid, y veía todas las mañanas los lentos progresos de su construcción, según me dirigía en coche hacia la capital. Los colmenareños, a cuyo término municipal pertenecía el invento, lo llamaban «Lepe». Consideraban que hacía falta ser tonto de remate para comprar una casa en medio de un descampado carente del menor aliciente paisajístico, fuera de la lejana visión de las cumbres de La Pedriza. Al principio aquello resultaba, en efecto, tirando a desolador: bloques de casas sin apenas ningún servicio, calles mal asfaltadas... Recuerdo que una vez escribí un artículo en el que comparaba las calles del municipio emergente con el escenario de las Campanadas a medianoche de Orson Wells. Es verdad que daba hasta miedo.
Ahora Tres Cantos en una ciudad populosa, alegre y bien pertrechada. Hay bofetadas por vivir allí. Quienes compraron los primeros pisos han visto cómo su precio se multiplicaba por tres, y hasta por cuatro. Se han ampliado los accesos por carretera, hay un moderno tren de cercanías y varias líneas de autobuses hacen el recorrido hasta la Plaza de Castilla en menos de media hora, lo cual, tratándose de Madrid, es como para darse con un canto -o con tres- en los dientes.
En algo no ha cambiado. Como todos los pequeños municipios de esa zona, Tres Cantos vive en la vecindad de varios cuarteles del Ejército, que albergan un buen puñado de unidades acorazadas.
También eso lo agradezco. Me gusta, según vuelvo para la gran ciudad, toparme con las largas hileras de tanques que salen de maniobras. Son tanques vetustos, cuyos motores lanzan al aire grandes bocanadas de humo negro. Supongo que no tendrían gran cosa que hacer en una guerra moderna, pero estorban lo suyo. Y podrían dar un excelente resultado, con toda probabilidad, si fueran utilizados para la función que mejor ha cumplido el Ejército español a lo largo de toda su Historia: masacrar al pueblo.
En medio de la gran autopista de tres y hasta cuatro carriles en cada dirección, en la bruma del atardecer primaveral madrileño, bajo ese sol rojizo, tan hermoso, de los anocheceres de la capital, ya de lleno en el siglo XXI, esos tanques renqueantes, con su tropa de atrezzo a lo Berlanga, me ayudan a recuperar la memoria y a no olvidar que seguimos... en España.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de marzo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2017.
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