La prueba más evidente de que las autoridades de Israel no aspiran a alcanzar una paz honorable con el pueblo palestino es el trato que están dispensando a Yassir Arafat..
Cualquier persona medianamente informada sabe que el rais es un político proclive no ya a los acuerdos, sino incluso a las componendas. Es tan proverbial su exquisita afabilidad hacia el exterior como su mal temple de puertas adentro. De hecho, se las ha arreglado para frenar en seco la carrera ascendente de cualquier otro dirigente palestino que pudiera hacerle sombra.
Ambas cosas unidas, el empeño de Israel por hundir a Arafat sólo puede entenderse como un intento de cortar cualquier puente que pudiera conducir a una salida pactada del actual conflicto. Primero, porque la desaparición del presidente de la Autoridad Nacional plantearía al bando palestino un problema de liderazgo tan grave como difícilmente resoluble. Y segundo porque, lo sustituyera quien lo sustituyera, cabe descartar que lo hiciera desde posiciones más contemporizadoras que las suyas.
Así pues, la deducción cae por su propio peso: Israel no se plantea la posibilidad de la paz; sólo la de la victoria militar, conseguible por el único método que se estudia en las academias desde la publicación del clásico de Clausewitz: «Mediante la destrucción de la fuerza viva del enemigo».
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (3 de abril de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2017.
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