Estuve en Indonesia hace cuatro años. Conté los pormenores de aquel viaje sobre la marcha, en mi Diario de un resentido social de entonces.
El fuerte terremoto que se ha producido allí esta madrugada ha tenido su epicentro al norte de la isla de Sumatra. Yo recalé en la de Java. Relaté el muy visible contraste, presente en toda la isla -y en el conjunto de Indonesia, según me dijeron- entre la opulencia en la que vive una pequeña minoría y la miseria impresionante en la que sobrevive el ingente proletariado que constituye la inmensa mayoría.
Hice algunas fotos que reflejaban esa realidad. La de arriba es una muestra. Es lo que Aznar llamaría «una foto demagógica». La demagogia de los hechos. Las casuchas de esos bidonvilles en los que se hacinan cientos de miles de personas no necesitan más que un suave meneo para venirse abajo. Sólo tienen una ventaja: son chabolas de una sola y exigua planta. Si se hunden, quienes las habitan tienen ciertas posibilidades de sobrevivir.
Dicen las primeras crónicas que en Indonesia el terremoto ha provocado medio centenar de muertos (*), pero añaden que se trata sólo de un primer recuento. Puede que sean muchos más. Allí se tarda mucho en hacer ese género de balances, no sólo por la precariedad de los medios, sino también porque el archipiélago indonesio se compone de más de un millar de islas.
Los flashes de Prensa sostienen que los mayores desastres han tenido lugar en Malasia, Tailandia y aún más al oeste, en Sri Lanka, la Unión India y Bangladesh. Se ve que el seísmo ha encontrado más facilidades telúricas para expandirse hacia el norte y el oeste.
Aunque las noticias sean aún pocas y muy imprecisas, constato que ningún teletipo habla de que en Singapore se hayan registrado víctimas. Tal vez me precipite adelantando hipótesis, pero no me extrañaría que la ciudad-estado se haya beneficiado de la muy alta calidad de sus edificaciones, la mayoría construidas con sistemas antisísmicos.
Singapore, paraíso fiscal que acumula inmensas fortunas y que acoge las sedes centrales de importantísimas empresas, tiene uno de los niveles de vida más altos del mundo. No hace falta decir que ese tipo de cifras medias se obtiene sumando lo que tienen los que tienen más con lo que tienen los que tienen menos y dividiendo por el total, pero, con todo y con eso, Singapore cuenta con un nivel de vida general que está a años luz de los característicos de la zona (las vecinas Indonesia y Malasia en particular).
Pasé allí unos días y sentí verdadero agobio. No se ve pobreza. Lo que sí se ve es un régimen policial de aquí te espero, que deja la imaginación de George Orwell a la altura del betún. Viví la estancia con verdadera angustia, sobre todo porque por aquel entonces yo fumaba y en ese mini-país puedes verte entre rejas por haber arrojado una colilla al suelo en la vía pública o por haber cruzado la calle por donde no hay ni semáforo ni paso de cebra. Durante mi estancia en aquella ciudad, a la vez bellísima y horrible, ejecutaron a un chaval alemán que fue detenido en el aeropuerto con una partida de hachís. Y eso que se había detenido en Singapore sólo por unas horas, haciendo escala para otro destino.
Sea como sea, doy por hecho que, como siempre ocurre, este terremoto se cobrará sobre todo vidas de gente paupérrima, que es la que vive en los terrenos más inestables y en las casas más frágiles.
Pero Dios, en su infinita sabiduría, lo tiene todo previsto: es la gente a la que le importa menos morirse.
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(*) Una hora después de escrito este Apunte, las noticias hablaban ya de 150 muertos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de diciembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de julio de 2017.
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