Estoy preparando la presentación del último libro de Antoni Segura, Señores y vasallos del siglo XXI (*). Toni ha tenido la amabilidad de pedirme que participe en la puesta de largo de la edición en castellano de la obra, que tendrá lugar el jueves en Madrid.
Me pasa con Toni Segura lo mismo que con algunos otros compañeros de fatigas más o menos conocidos públicamente: que, cuando hablo de ellos y canto sus virtudes, siempre hay alguien que sale diciendo: «Claro, lo alabas porque es tu amigo». Tengo entonces que aclarar que la verdad es la contraria: primero fue el reconocimiento de su trabajo y luego la amistad. A Segura, del que ya tenía noticia como experto en Irak y Oriente Medio y como analista de la realidad política internacional, lo conocí a través de las tertulias de Radio Euskadi, en las que recaló durante un cierto tiempo. Hicimos buenas migas y empezamos a tratarnos, primero profesionalmente, luego ya como amigos.
Valga este inciso para explicar por qué hoy en concreto me da por hablar de lo que viene.
Denuncia Toni Segura en su libro la creciente islamofobia que se vive en Occidente y pone de manifiesto el escaso fundamento que tiene el tópico, ampliamente instalado en medios intelectuales y periodísticos, según el cual el Islam es incompatible con la democracia y los Derechos Humanos. Se refiere a la teoría de Samuel P. Huntington, que atribuye los conflictos internacionales del presente a un supuesto «choque de civilizaciones», y critica la grosera identificación que se está haciendo entre el islam, en general, y su versión saudí, el wahabismo, que es «beligerante, rígido, reductor, simplista y hace una lectura miope del Corán». Una tendencia totalmente minoritaria en el mundo islámico que, sin embargo, ha sido apoyada política y militarmente en diversas ocasiones por las potencias occidentales y, más en concreto, por los EUA.
Leyendo esas precisiones, necesarias y urgentes, pensé en los infinitos artículos de prensa publicados en España durante los últimos años, dedicados a propagar la idea de que el islam representa un obstáculo insalvable para el avance de las ideas de progreso, libertad y democracia. Artículos escritos desde la sobreentendida superioridad que se supone proporciona estar asentado en una cultura de tradición cristiana (o hebraica, según los casos).
Pensando en ello, me vino a la memoria lo que explicaba el astrofísico Carl Sagan (**) en el primer capítulo de su serie de divulgación científica Cosmos, titulado En la orilla del océano cósmico. Daba cuenta allí Carl Sagan de lo avanzadas que llegaron a estar las Ciencias en Egipto en tiempos del apogeo de Alejandría y cómo la victoria militar del catolicismo supuso la muerte y el entierro de la libertad de pensamiento y del espíritu crítico... ¡por más de catorce siglos! Sagan ponía un ejemplo muy gráfico: dos siglos antes de nuestra era, el astrónomo, geógrafo, matemático y filósofo griego Eratóstenes, director de la biblioteca de Alejandría, no sólo demostró que la tierra es redonda, sino que calculó con notable precisión la longitud de la circunferencia del planeta. Casi dieciséis siglos después, todavía la Iglesia de Roma se planteaba la posibilidad de quemar vivo a quien dijera que la tierra es esférica y el propio Colón manejaba medidas mucho menos exactas que las establecidas por Eratóstenes y algunos de sus colegas griegos y árabes. Hasta los inicios del Renacimiento (¡se dice pronto!), la larguísima tiranía política e ideológica del ala más reaccionaria del cristianismo sobre buena parte del mundo civilizado se basó en el imperio asfixiante de la intolerancia y el oscurantismo, impuesto en nombre de la Verdad Indiscutible de los Evangelios.
Bien puede decirse que a lo largo de esa inacabable travesía del desierto, y en comparación con ella, el espíritu del islam representó muchas veces un oasis para quienes preconizaban la libertad de pensamiento y de creación artística.
¡Tiene narices que los herederos de los cultos cerrados y fanáticos que dieron soporte doctrinal a aquella larga noche de piedra, el periodo más prolongado, desagradable e improductivo de nuestra Historia -de «la Historia escrita», según la fórmula de Marx-, se permitan ahora decir que la tradición católica se acomoda perfectamente con los principios de la libertad y la democracia, en tanto el islam es «esencialmente incompatible» con ellos! ¿Y qué no decir de los aburridos dogmáticos del Antiguo Testamento, adoradores del Dios más antipático, vengativo y malhumorado que haya producido la mente humana, tan fértil en divinidades?
Vale, termino con mi desahogo. Creo que valía la pena, para contribuir a que no olvidemos, cuando algunos se echan mítines sobre la maldad intrínseca del islam, desde qué bases culturales y con qué antecedentes nos están soltando el rollo.
(*) Antoni Segura Mas, «Señores y vasallos del siglo XXI. Una explicación de los conflictos internacionales», Alianza Ensayo, 2004, 292 páginas. Traducción de Ana Blay. El original, en catalán, ha sido publicado simultáneamente por la editorial La Campana.
(**) Ya me he referido en otras ocasiones a Carl Sagan (1934-1996). Sagan, que llegó a ser presidente de la Academia de Ciencias de los EUA, fue un gran astrofísico, pero también un excelente pedagogo y divulgador científico. Hombre de profundas convicciones materialistas, dedicó ímprobos esfuerzos a difundir la curiosidad científica, la pasión por el saber y el rechazo de los prejuicios de toda suerte. Debo reconocer que, en mi caso, esos esfuerzos no fueron baldíos: consiguió comunicarme su entusiasmo, ya que no sus conocimientos. Apasionado por la posibilidad de la existencia de otras formas de vida inteligente en el Cosmos, hipótesis a la que consagró buena parte de su labor científica, en sus últimos años se volcó en la lucha antinuclear y en la defensa del medio ambiente. Dijo: «Antes de saber si hay vida inteligente en otros planetas, debemos combatir para que la vida inteligente se mantenga en el nuestro». Sus repetidas críticas a la política de Washington hicieron que acabara siendo muy mal visto por las autoridades de su país. La serie de televisión Cosmos, difundida en 1980 y posteriormente publicada como libro, consta de 13 capítulos de una hora de duración cada uno. Está disponible en DVD (en Amazon, por ejemplo) al no muy accesible precio de 130 dólares estadounidenses. Tengo entendido que hay gente que se la ha bajado de Internet en versión doblada al castellano.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (18 de mayo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de mayo de 2017.
Comentar