Colecciono paradojas. Me encantan. Guardo en mi archivo las más variadas, empezando por la requeteclásica «Yo sólo sé que no sé nada». Las hay muy ingeniosas. Por ejemplo, la del profesor Lawrence J. Peter: «Hay dos tipos de gente: los que clasifican a los demás en dos tipos de gente y los que no». La noche de Reyes oí en una película una paradoja divertidisima: «Fulanita fue asesinada» dice un personaje. «Creí que se había suicidado», le objeta otro. «No. Fue un asesinato: se odiaba», replica el primero.
Esa paradoja es la penúltima que ha entrado en mi colección privada. La última me la proporcionó ayer mismo el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española. Su escrito sobre la huelga general del 27 de enero es fantástico en ese terreno. En su primer párrafo dice: «Ante la convocatoria de una huelga general (...) consideramos conveniente pronunciarnos». Vale. Pero nos trasladamos al punto 4 del escrito y nos encontramos con lo siguiente: «Dada la gravedad y complejidad de una huelga general y la profundidad de las causas y de los problemas técnicos que se pretenden resolver, no nos sentimos en condiciones de pronunciarnos sobre (su) conveniencia». O sea, que la Conferencia Episcopal se pronuncia sobre la huelga, sí, pero se pronuncia renunciando a pronunciarse. Lo cual encierra un cierto problema de lógica formal, porque el verbo «pronunciarse», en esta versión reflexiva, suele emplearse mal, dicho sea de paso, porque es un galicismo como una catedral en el sentido de «tomar partido». Y no es del todo fácil tomar partido sin tomar partido.
Un uso correcto del verbo en cuestión es el que se refiere a las sentencias. Los jueces, en efecto, pronuncian sentencias. Pero no es frecuente que lo hagan sin dar razón a ninguna de las partes en litigio. He buceado en la Historia a la búsqueda de precedentes y, quitando lo de Salomón con las dos sedicentes mamás, el caso más claro que he encontrado es el de Poncio Pilato, quien, según se cuenta, optó por lavarse las manos en el caso de Jesucristo para no granjearse la enemiga de los fariseos.
No es del todo inadecuado el precedente, si bien se mira.
Pilato sabia que Cristo era justo (Mateo, 27, 24), pero se hizo el longuis para no enfadar a los poderosos. Basta con echar una ojeada al documento de la Conferencia Episcopal para apreciar que los integrantes de su Comité Ejecutivo también saben quién tiene la razón y quién no: ahí están sus referencias al paro, a la corrupción, a los más pobres y débiles, a los marginados, a los jóvenes que no pueden establecer con dignidad un proyecto de vida, al clima de descontento social... No es que la Conferencia Episcopal no vea los problemas. Es que prefiere renunciar a tomar partido.
Aunque algo hemos avanzado. Hace medio siglo hubiera apoyado sin pestañear a los poderosos.
Javier Ortiz. El Mundo (Enero de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de noviembre de 2012.
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