Todavía no ha dado a conocer su decisión el tribunal -el que sea: cualquiera- y ya la han anunciado casi todos los medios de comunicación.
Hoy en día, los últimos en conocer el contenido de las principales resoluciones judiciales son sus teóricos destinatarios.
¿Es eso correcto? ¿Figura esa posibilidad en algún reglamento? Obviamente, no. Entonces, ¿por qué no abre el Consejo General del Poder Judicial una investigación cada vez que sucede algo de ese estilo? ¿Por qué no trata de averiguar quiénes quebrantan los secretos de los que son depositarios para imponerles el castigo de rigor?
Pues porque los investigados se le reirían en las barbas. Todo el mundo sabe que el propio CGPJ es un colador lleno de agujeros que filtra todo lo filtrable.
Y aún más. Hace un par de semanas, la prensa llegó a contar con todo lujo de detalles la decisión que tomaría el CGPJ sobre un determinado asunto... ¡cuando se reuniera para deliberar sobre él! Los hay que rizan el rizo de la desenvoltura: conscientes de la fuerza de su rodillo, dan a conocer las decisiones que piensan imponer cuando aborden oficialmente el asunto en el órgano correspondiente.
Y nadie se escandaliza. O, mejor dicho: la mayoría se muestra muy satisfecha, siempre que el tribunal -ya digo: el que sea, cualquiera- resuelva finalmente lo que conviene a los altos intereses del alto mando. Porque también en eso son de una franqueza digna de mejor causa: tanto les da que un juez revele sus simpatías por el Gobierno; lo que les resulta intolerable es que no se muestre beligerante con las gentes poco adictas o -todavía más grave- que se permita ir por libre y repartir los palos equitativamente entre tirios y troyanos.
Sin ningún ánimo de dramatizar más allá de lo razonable, creo que conviene señalar que caminamos a marchas forzadas por la senda del totalitarismo. El totalitarismo se caracteriza por la intervención de los gobernantes en los más diversos ámbitos de la vida pública con vistas a uniformizar los patrones de comportamiento.Todos: los de las instituciones -sean las que sean- y los de los individuos.
Pues eso es exactamente lo que está sucediendo aquí. También con la Justicia.
Disentir del Gobierno o buscar criterios de elaboración propia resultan ejercicios más que sospechosos. La lógica totalitaria no deja resquicio: si un juez o un fiscal se sale de la vía, es que quiere que el tren descarrile. Está claro: o es un cómplice del terrorismo -o un cómplice de los cómplices de los cómplices del terrorismo, que tanto da- o, en el mejor de los casos, un inconsciente peligroso. Con lo cual, nada más lógico que apartarlo, denunciarlo y neutralizarlo, reemplazándolo por otro que actúe como se debe.
Todos los poderes del Estado se certifican mutuamente.
Volvemos a los orígenes: nada puede ver la luz sin su nihil obstat.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de abril de 2018.
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