Las fuerzas de la Alianza del Norte han entrado en Kabul, pese a haber sido expresamente advertidas de que no debían hacerlo. El ex rey Zahir Shah, tenido como referente unitario de la oposición anti-talibán, no ha ocultado su indignación. Dice que es una mala noticia que la capital afgana haya pasado de las manos de una etnia a las de otra. Él, en concreto, se ha enterado de la ocupación de Kabul por la prensa.
La Alianza del Norte quita importancia a la toma de la capital y dice que es sólo un pequeño contingente de sus tropas el que ha penetrado en ella «para asegurar el orden». Es sólo una manera de hablar. Los escasos observadores internacionales independientes que están siendo testigos del avance de la Alianza del Norte aseguran que sus combatientes rivalizan en ferocidad y fanatismo con los talibán. Que no sean tan estrictamente religiosos como los otros no quiere decir que no puedan ser igual de burros. Hay serios motivos para sospechar que las ejecuciones sumarias a las que han procedido en Kabul no hayan venido provocadas por actos de pillaje protagonizados por grupos de talibán residuales, como ellos pretenden (es altamente improbable que haya gente talibán que se haya quedado a verles entrar, y aún más improbable que hayan aprovechado su entrada para dedicarse al pillaje). Todo indica que esos actos de barbarie no son sino una muestra de la intención que tienen de imponer a sangre y fuego su nuevo dominio.
El imparable avance de las tropas de la Alianza del Norte hasta Kabul ha sido posible gracias al apoyo de la Fuerza Aérea norteamericana, que ha machacado las defensas talibán, y gracias también al respaldo que le han prestado en tierra algunas unidades especiales del Ejército de los EEUU.
Escribí aquí mismo hace ya semanas que era absurdo pensar que los combatientes talibán, escasos y mal pertrechados, fueran a detener la máquina de guerra estadounidense. El problema de fondo nunca ha sido ése, dijera Bush lo que dijera sobre guerras «largas y difíciles».
El quid de la cuestión ha estado siempre en el día después. Desalojados los talibán y empujados hacia sus bastiones del sur del país, ¿quién va a ocupar su lugar? ¿Admitirán los nuevos conquistadores la puesta en pie de un régimen realmente pluriétnico? El asunto no es si van a hacer un hueco a los talibán -ya han anunciado que no tienen la menor intención de ello-, sino si se lo harán a los integrantes de la etnia pashtú, base social principal del tinglado tutelado espiritualmente hasta ahora por el mulá Omar.
De no haber un entendimiento interétnico -sumamente improbable-, Afganistán seguirá desangrándose en querellas internas. La tortilla se habrá vuelto del otro lado, pero seguirá siendo la misma tortilla.
Sobre esa base, ¿podrán los EEUU instaurar su control sobre la zona y utilizar el suelo afgano como cabeza de puente para su penetración económica en las repúblicas ex soviéticas del norte, ricas en petróleo y gas, y para irradiar su influencia política y militar sobre los dos grandes países islámicos vecinos, Irán y Pakistán, que han sido los objetivos reales por los que se han implicado en esta guerra? ¿O, por el contrario, les ocurrirá tres cuartos de lo mismo que les sucedió con los talibán, a quienes armaron y respaldaron en su día para quitar de enmedio al Gobierno prosoviético vigente hasta 1992?
El nulo caso que la Alianza del Norte ha hecho de las recomendaciones de Washington en relación a la toma de Kabul parece sugerir que las cosas pueden ir muy fácilmente por esta última vía.
EEUU ha criado otra tanda de cuervos. Nada de especial tendrá que éstos también le saquen los ojos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (14 de noviembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2017.
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