Epimeteo no atendió las advertencias de su hermano, el receloso Prometeo, y tomó por esposa a la bella Pandora, que Vulcano había creado con un poco de barro. La protegida de Minerva, de Mercurio y de Apolo aportó al matrimonio una misteriosa caja, regalo de Júpiter, que el ingenuo Epimeteo abrió sin pensárselo dos veces. De aquel regalo envenenado salieron al punto todos los males que desde entonces afligen a la estirpe de los hombres: la Enfermedad, la Guerra, el Hambre, la Querella, la Calamidad...
Horrorizado, Epimeteo cerró de inmediato la espantosa caja. Pero ya era tarde: sólo consiguió impedir que saliera la Esperanza.
¡Cuánto imprudente Epimeteo ha albergado la Tierra durante el último siglo y medio! La Revolución Industrial puso en marcha la máquina del progreso, que desde entonces no ha hecho sino acelerarse más y más en medio del aplauso y la admiración generales. Quienquiera que dudara de los beneficios absolutos del progreso y los avances científicos era tenido por peligroso reaccionario, enemigo del bienestar, de la socialización de la salud y de la puesta de la Naturaleza al servicio sumiso de la raza humana.
Pero no hay anverso sin reverso. La Ciencia no es ningún absoluto: sólo el nombre convencional que damos al pequeño espacio que no está ocupado por lo mucho que ignoramos.
La Humanidad empieza a comprobar con horror que ha abierto demasiadas cajas de Pandora. Que, fascinada por el lado rutilante de sus descubrimientos, les ha dado sistemática vía libre, pese a que en muchos casos apenas sabía nada de las posibles consecuencias negativas de sus artificios. Y ahora, cuando los daños colaterales irrumpen en masa, se siente perpleja. La actualidad se nos llena de misteriosos males; de fantasmas de muerte nacidos de la mano del hombre: agujero en la capa de ozono, extraños cambios climáticos, derivaciones letales de la energía nuclear, enfermedades provocadas por el uso militar del uranio empobrecido, vacas locas...
Y lo que nos quedará por ver.
Lo peor no es lo que ya está hecho y no tiene vuelta de hoja. Lo peor es que no se ve que haya el menor deseo de aprender la lección. Porque seguir en las mismas resulta muy rentable para algunos, y esos algunos mandan. Mandan incluso sobre los que mandan.
Cada vez que emerge un nuevo dislate, hacen lo mismo: primero lo niegan; luego lo minimizan; finalmente, nombran un Comité para que lo investigue. Un Comité que pagan ellos. Que es de ellos.
Cualquier cosa con tal de ganar tiempo. Y de hacérnoslo perder a nosotros.
Pero perder el tiempo, en esto como en todo, es perder la vida.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de enero de 2001) y El Mundo (17 de enero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de enero de 2013.
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