Según Alfonso Guerra, quienes afirman que él va contra Felipe González «son unos miserables». Hombre, no. Los que afirman eso no son miserables. Miserables son los que están en la miseria –excepto los de Víctor Hugo, que ahora están también en los escenarios–. A los miserables de verdad lo único que les interesa es conseguir el cotidiano sustento, y no tienen ni tiempo ni ganas de especular con los líos celestinos del PSOE. Parece mentira que Guerra, antaño adalid de descamisados, incurra ahora en esa manía tan señoritil de insultar con alusiones clasistas: «patanes», «canallas»... (C'est la canaille? Eh bien, j'en suis!, cantaban los communards a orillas del Sena, un río que don Alfonso debe conocer, porque pasa por la muy histórica villa de Suresnes). ¿Miserables? Se ve que no entiende aún que ser miserable es cosa harto desgraciada, pero la mar de digna.
Su diagnóstico resulta, además, totalmente erróneo. Porque, si algo caracteriza a esos «con carné del partido» tan malquistados con él, no es su falta de posibles. Tomemos el caso de Solchaga. Solchaga podrá ser muchas cosas –es muchas cosas–, pero no un miserable: quienes lo conocen bien aseguran que su desahogo está fuera de toda duda. Yo no sé si será verdad, pero me da que hambre, lo que se dice hambre, no pasa. Otro tanto diría de Solana, Serra, Lerma, Obiols y demás integrantes del llamado «clan de Las Navas». Ni tan siquiera Paulino Barrabés, otrora modesto sindicalista, puede ser tenido ya por miserable, tras su espectacular paso (Enatcar, PSV, etc.) al campo empresarial.
Miserables, no. Conspiradores sí, y mucho. No paran de conspirar. Contra los demás, en general, y contra Guerra en particular. Les gusta tanto conspirar que se han olvidado de gobernar (lo cual irrita a mucha gente; no a mí que, visto cómo gobiernan cuando gobiernan, prefiero que no lo hagan).
Son conspiradores, sin duda, y también gente lógica. Dan por supuesto que si González y ellos mismos están conspirando como posesos contra Guerra, éste andará en las mismas. Así que escrutan sus movimientos para tratar de desvelar qué conjura prepara. El se indigna y afirma que ninguna. Yo, lo que son las cosas, empiezo a barruntar que dice la verdad. Hace ya meses que alimento la sospecha de que bajo la apariencia tonitruante de Guerra hay sólo un pusilánime. Le están forrando a bofetadas y él, aunque a veces se ponga brabucón y parezca que va a montar el cirio, siempre termina por tragar.
El problema de Guerra es que ha acabado sentado entre dos sillas: ni está del lado de los verdaderos miserables, a los que vendió por una vicepresidencia, una OTAN y media reconversión, ni ha hallado acomodo entre los falsos miserables a los que ahora tanto denosta a escondidas.
Lo tiene crudo. Porque, como es sabido, sentarse entre dos sillas es el método más seguro para acabar cayéndose de culo.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de septiembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de enero de 2018.
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