Lo de hoy sí que es ya noticia: hay un preboste de la Iglesia suiza que ha dicho -eso cuentan, al menos- que Karol Wojtyla «vive sus últimos días».
La verdad es que el caballero en cuestión no podría tener peor aspecto.
El representante de Dios en la Tierra se muere y Dios no hace nada.
¿Por qué? ¿Tal vez porque, como dicen algunos, no quiere interferir en las cosas de los hombres? Entonces, ¿por qué resucitó a Lázaro? ¿Y por qué lo hizo la primera vez que aquel buen señor se murió, y no la segunda?
No es sólo el asunto de las resurrecciones. Me intrigan los milagros, en general. Los realizados directamente por Dios, en cualquiera de sus tres personas, y los efectuados por delegación, sea a través de María, en cualquiera de sus cientos de formas -porque cuidado que hay vírgenes-, sea por los miles de santos y santas que honra la Iglesia Católica.
Adelantaré que yo no creo en los milagros, porque no he tenido constancia concreta y fehaciente de ninguno, exceptuando el éxito literario de Ángeles Caso. Pero, de creer en ellos, no podría evitar hacerme un puñado de preguntas que me parecen de sentido común: ¿por qué esos milagros y no más? ¿Por qué tántos y tan portentosos en la antigüedad y tan pocos y tan discretos ahora? ¿Por qué se forró Dios a hacerlos hace veintiún siglos, cuando las comunicaciones eran tan malas y tenía uno que fiarse de lo que otros relataban, y no hace ninguno ahora, que podría ser retransmitido en vivo y en directo al mundo entero y no cabría vuelta de hoja?
O, por volver al comienzo: ¿por qué curó tantos enfermos en la Palestina del siglo I y deja ahora que su fiel siervo Karol vaya inclinándose más y más hacia la tierra que habrá de acogerlo a no tardar demasiado?
O, ya metidos a preguntar: ¿no se plantea siquiera qué clase de legado dejó a su paso por Palestina? Porque menos mal que eso es Tierra Santa, que si llega a ser Maldita...
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de octubre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2017.
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