José Blanco ha dicho que el nuevo Gobierno no se apartará ni un milímetro del pacto sobre Euskadi que su partido firmó con el PP. Que lo que hará es tratar de ampliar ese consenso al conjunto de las fuerzas parlamentarias. Es una pretensión absurda, y el secretario de Organización de los socialistas lo sabe. Sabe de sobra que aquel no fue un pacto que apuntara exclusivamente contra el terrorismo (entre otras cosas porque, de pretender eso y sólo eso, no les habría hecho falta). Que lo que tuvo de específico fue que estableció un nexo de culpabilidad entre el terrorismo y el nacionalismo vasco, razón por la cual no sólo los partidos nacionalistas vascos sino todas las organizaciones nacionalistas periféricas -CiU incluida- le negaron su respaldo.
Saco a colación el asunto del Pacto Antiterrorista no tanto por su importancia particular -que la tiene- como porque resulta representativo de lo que el PSOE parece que se dispone a hacer en bastantes terrenos: cada cosa y su contrario. Quiere llevarse bien con los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos sin salirse del rebufo centralista del PP. Quiere defender la escuela pública laica sin enfadar a la jerarquía católica. Quiere distanciarse del belicismo de Washington sin romper con los halcones de Washington.Y así.
Ya ha redescubierto las virtudes de los viejos métodos del baile en la cuerda floja. El de la constitución de comités, por ejemplo. Sostiene el tópico que no hay nada mejor para conseguir que un asunto se empantane que formar un comité. El PSOE ya ha anunciado que va a crear varios comités «de expertos». Uno habrá de decidir cómo convertir las radiotelevisiones públicas en entes no partidistas. Para quien no sepa cómo funciona esto de los comités, se lo cuento: 1º) Se nombra un comité (cuanto más numeroso, mejor); 2º) Se asigna a sus integrantes ciertas compensaciones de interés; y 3º) Para mantener esas ventajas, los miembros del comité eternizan sus deliberaciones. Resultado: los gobernantes quedan bien y siguen disfrutando del status quo ante.
A veces resulta el truco. Como el de dejar para mañana lo que se podría hacer hoy (por ejemplo: retirar las tropas de Irak). O como el de jugar con las palabras para parecer que se dice lo que no se dice (Zapatero no ha olvidado lo de «OTAN de entrada no»). Pero la acumulación excesiva de esos artificios puede llevar a que el conjunto acabe sonando a hueco.
Durante un tiempo, Rodríguez Zapatero se beneficiará de un factor muy favorable: el recuerdo de José María Aznar. Pero no le durará demasiado. Sobre todo si no se distancia pronto, clara y prácticamente de la línea trazada por su antecesor.
«¡Déjale cien días!», me reclaman algunos.
¿Cien? Si es para cambiar, le dejo mil. Pero para seguir en las mismas, ni uno.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de abril de 2004) y El Mundo (14 de abril de 2004). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 16 de mayo de 2017.
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