Qué mal llevo el cine que habla de nuestra vida próxima. El cine español, por así decirlo. La mayor parte de las veces me parece malísimo: no me creo lo que veo, los personajes me resultan de cartón piedra, cuando se ponen dramáticos me entra la risa, cuando se pretenden graciosos me duermo...
Pero eso no es lo peor. Lo peor viene cuando –muy excepcionalmente– lo que me encuentro en la pantalla está bien hecho.
Porque entonces lo sufro.
Ayer fui a ver Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa. Dios mío, qué peliculón. Una historia tan tremenda como sencilla, tierna, creíble, estremecedora, dirigida con mano magistral, interpretada –insisto: dirigida– por un pedazo de actores y actrices...
Qué mal lo pasé. Pero qué mal, creedme. Me tiré media película llorando. Pero no con lagrimitas de ésas que uno suelta con la sonrisa en los labios: con lagrimones de congoja, de ésos que no te dejan ni respirar, por culpa del puto diafragma, que presiona a golpe de angustia sobre los pulmones.
Me sienta horrorosamente mal que me hagan ver –que me recuerden– que todo está tan horrorosamente mal. Y si encima me lo cuentan tan increíblemente bien, pues peor. El equipo de Los lunes al sol debería haber considerado la posibilidad de que todavía quede en este país gente sensible de verdad –no sensiblera: sensible–, a la que no se le puede suministrar directamente y en vena una dosis tan pura de realidad, de desgracia, de ternura, de solidaridad, de ética.
Media hora después de haber salido del cine, todavía seguía con una congoja de aquí te espero. Y aún no se me ha pasado del todo. Ni creo que se me pase en mucho tiempo.
Llegué a casa y me vino a la memoria un poema de César Vallejo que le va como un guante a la película. Lo copio para quienes no lo conozcan, o no lo recuerden.
UN HOMBRE PASA CON UN PAN AL HOMBRO...
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?
Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del noâÂÂyo sin dar un grito?
De todos modos –y diga el llorón de Ortiz lo que diga–, no os perdáis esa sorprendente, esa impecable, esa sentidísima, esa maravillosa película. Por nada del mundo.
Le dieron la Concha de Oro en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián. Deberían haber inventado la Concha de Platino para dársela.
Maldigo al equipo de León de Aranoa por el mal trago que me hicieron pasar. Pero los bendigo con toda el alma por dignificar el cine –y la raza humana– de manera tan magistral.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de octubre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de octubre de 2009.
Comentarios
Escrito por: josep m. fernández.2009/10/16 10:45:2.124000 GMT+2
Escrito por: carme.2009/10/16 19:33:25.530000 GMT+2
Escrito por: amelio.2009/10/26 20:10:31.078000 GMT+1
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