Estar en la oposición acarrea muchos inconvenientes -ya se sabe eso de que el Poder desgasta... sobre todo al que no lo tiene-, pero también aporta alguna ventajilla.
Por ejemplo, dispensa de realismo. Quien está en la oposición puede proponer cuanto le viene en gana y quedarse tan ancho. Nada le impide prometer cada cosa y su contrario. No hay en ello el más mínimo problema porque, mientras siga en la oposición, no tendrá que afrontar sus incoherencias y, si por ventura llegara al Gobierno un buen día, con hacer lo que le dé la gana, asunto concluido.
Aznar debería saberlo. Él se benefició de esa bula cuando asumió la dirección de la derecha en medio de la travesía del desierto. Se puso a prometerlo todo en todos los terrenos, materiales e inmateriales, y se quedó solo. Felipe González y su equipo económico (económico, que no barato) transitaban entre el cabreo y la displicencia.
Más de una vez Solchaga sucumbió a la tentación y se puso a darle lecciones de 1º de Económicas. Como si el problema fuera ése.
Aznar se encuentra ahora en la posición inversa, pero con un inconveniente añadido: no sabe disimular. Las promesas de Rodríguez Zapatero le sacan de quicio y él, en lugar de reconvenirlo paternalmente, que sería lo más productivo desde el punto de vista publicitario, aparece desencajado, soltando una media de insultos por minuto que podría aspirar fácilmente al Guinness de los récords. Y, ya transido de furor, la emprende contra todos y contra todo: anteayer, hablando del petrolero de los demonios, le dio una respuesta a una periodista («En-su-momento, señorita, en-su-momento») que me dejó sorprendido. Destilaba altivez y grosería en estado puro.
Está francamente desagradable. Y eso al electorado no le cae nada bien.
A mí me da igual. Aznar, Zapatero... Bonnet blanc et blanc bonnet, que dicen los franceses. Sus opciones económicas fundamentales son las mismas; su política exterior, igual; sus apuestas europeas, idénticas; sus actitudes ante las aspiraciones federalistas, calcadas; su opción ante los problemas de Euskadi, tal cual... Miro sus pendencias con pasión semejante a la que puede poner un entomólogo en la observación de las diferentes conductas de los coleópteros.
Pero, incluso desde esa visión, para mí que Aznar debería hacerse mirar sus humores.
Porque no todos los coleópteros son igual de feos. No hace el mismo efecto el escarabajo que la luciérnaga.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (20 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.
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