Claro que los ganaderos son responsables del mal de las vacas locas.
No todos ellos. No sólo ellos. Pero ellos también. Ellos los primeros.
No estamos hablando aquí de cualquier tipo de ganadería, sino de la que ha acabado imponiendo su ley en esta hora de mercado enloquecido y de producción intensiva.
Hoy en día, la ganadería puntera tiene poco que ver con el campo. Es, más propiamente, industria. Adiós a las reses que vivían y pacían por montes, pastizales y rastrojeras, contribuyendo a limpiar y abonar las tierras. Es la hora de los bichos genéticamente seleccionados con criterios de exclusiva rentabilidad y sometidos a estrecha vigilancia, que lo mismo podían estar recluidos en pleno centro de Madrid y que son intensivamente alimentados con granos, oleaginosas y piensos de los más variopintos orígenes, con tal de que engorden mucho y rápido.
Leo un documentado trabajo de Isabel Bermejo en Página Abierta. Habla del modelo que se ha impuesto en los EEUU y que se extiende por todo el mundo «avanzado». En el país de Bush se ha pasado en las últimas tres décadas de una ganadería en la que predominaban las explotaciones de 50 vacas o menos a otra en la que el 90% de la carne de vacuno procede de explotaciones de más de mil animales. Hay cien firmas que cuentan con más de 30.000 cabezas de ganado. Sus bichos están tratados sistemáticamente para que produzcan el máximo de carne, de leche o de grasas. Malviven hacinados en cuadras en las que apenas pueden moverse, están atiborrados de hormonas y antibióticos y son alimentados con cualquier cosa con tal de que engorde mucho y cueste poco. Hace un par de meses, leí un informe sobre un experimento que se había hecho en los EEUU para comprobar si cabía aumentar el peso de las reses mezclando en su alimentación... ¡una cierta dosis de cemento!
Es el caldo de cultivo más propicio para la aparición de extrañas enfermedades. No sólo la encefalopatía espongiforme, sino también la tuberculosis, la brucelosis y otros males no menos dañinos que, además, son cada vez más difíciles de tratar, porque los agentes infecciosos se vuelven resistentes a los antibióticos.
Los ganaderos españoles se revuelven. Dicen que su problema debe ser considerado «cuestión de Estado». Y lo dicen el mismo día en que se anuncia que se han descubierto cinco mataderos clandestinos, se han inmovilizado cinco toneladas de piensos cárnicos ilegales y han sido detenidas siete personas acusadas de atentar contra la salud pública y el medio ambiente.
Las autoridades alemanas ya han comprendido -¡de una vez!- cuál es la raíz del problema. Han decidido no fomentar más las explotaciones ganaderas industriales y ayudar a la regeneración de las extensivas y naturales.
Si los ganaderos españoles quieren apoyo, que empiecen por denunciar ellos mismos a las malas bestias de su sector que quieren hacernos comer cualquier cosa para hacerse de oro a costa de nuestra salud.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de febrero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de abril de 2017.
Comentar