El canal Cinematk (Vía Digital) está reponiendo la última película que filmó el hiperprolífico director de Casablanca, Michael Curtiz: The Comancheros.
Tremendo tipo, el Curtiz éste. Debió de dirigir del orden de un centenar de filmes. Un par por año, hasta el día de su muerte. Casi todos de aventuras, y muchos, muchísimos, del Oeste. Ninguno malo del todo -conocía muy bien el oficio-, pero bastantes de ellos, prescindibles. Para mi gusto, casi todos. Salvo Casablanca, por supuesto -que fue fruto de una de esas extrañas coincidencias a las que tanto tiene que agradecer la historia del cine-, y quizá también, aunque por otras razones, King Creole.
Una característica clave del cine de Curtiz es la pasión con la que el realizador hollywoodiense se tomaba los filmes dedicados a retratar -a mitificar, más bien- la gesta del nacimiento de los Estados Unidos de América. Santa Fe Trail (1940), con Ronald Reagan en uno de los papeles estelares, es ejemplar: se supone que cuenta un episodio histórico, pero allí la verdad histórica no pinta un carajo.
Él iba a hacer patriotería, y no podía detenerse en pequeños detalles.
Curtiz era especialista en emocionar al ciudadano medio de los EEUU exaltando su orgullo nacional y animándolo a pensar que como lo suyo, nada.
Claro que Curtiz entendía «lo suyo» de modo muy especial. En The Comancheros, el héroe de la película, interpretado por John Wayne, mata no menos de trescientos indios. El ranger es tan bueno disparando que, con mucha frecuencia, cada uno de sus disparos mata a dos o tres indios a la vez. Y ni se inmuta, porque es bien sabido que los pieles rojas no pintaban nada en el nacimiento de la Gran Nación: ellos, que estaban allí desde mucho antes, no necesitaban que naciera nada.
Curtiz era muy aficionado a actores como Wayne, o como Robert Taylor, o como Ronald Reagan, en quien pensó inicialmente para el papel de Rick, en Casablanca: buenos norteamericanos de ésos que subían al banco de los testigos del Tribunal de Actividades Antiamericanas, presidido por el senador McCarthy, y denunciaban con patriótico fervor a quienes consideraban comunistas, o «compañeros de viaje» de los comunistas. A Bogart, por ejemplo.
En The Comancheros hay una frase que me impresionó particularmente, cuando la escuché ayer. La dice el personaje que interpreta John Wayne. El tipo viene de matar a ochenta o noventa indios y se enfrenta con un menda que se ha cargado a un blanco. Lo detiene a mamporros, como tiene que ser, y, cuando ya lo tiene controlado, le dice: «Será un gran placer verte ahorcado».
Ése es un rasgo arquetípico del espíritu fundacional de aquella Gran Nación: la exaltación de la pena de muerte como placer.
Curtiz supo interpretar ese sentimiento -y fomentarlo- como muy pocos.
Una curiosidad: el tal Curtiz no era de El Paso (Texas), como cabría suponer, sino de Budapest (Hungría).
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de diciembre de 2017.
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