Todo indica que la guerra de Irak ha entrado en su fase más impúdica, en la que, sin dejar de seguir su curso demoledor el negocio de la destrucción, empieza ya a ponerse en marcha la bicoca de la reconstrucción.
Mucha gente ignora que también la destrucción es un negocio. Pero lo es, y muy importante. Gracias a la guerra, las fábricas de armamento -de los EUA, sobre todo, en este caso- consiguen que las Fuerzas Armadas den salida a sus enormes stocks, con lo que obtienen nuevos pedidos y se aseguran fuertes inversiones públicas para la modernización de sus tecnologías. Las industrias petroleras, por su parte, obtienen también beneficios enormes con las cantidades gigantescas de combustible que consumen los aviones y los carros blindados. Muchos otros negocios menores o auxiliares de la guerra -incluido el de los medios de comunicación, que ven aumentar de modo muy considerable sus audiencias (1)- también consiguen importantes beneficios.
De todos modos, el gran, el enorme negocio -aquel por el que de hecho se ha emprendido la guerra- es el de después. El control de Irak va a suponer para los EUA no sólo un elemento clave para la materialización de su estrategia de neutralización de la zona, sino también un chorro de petrodólares. Nadie duda, para estas alturas, que las grandes compañías norteamericanas van a tomar las riendas de la extracción y la distribución del crudo iraquí, con las consecuencias que es fácil adivinar.
Y luego está... todo lo demás: la reparación y acondicionamiento de las infraestructuras de transporte -carreteras, vías férreas, aeropuertos, tendidos eléctricos, conducciones de petróleo, gas y agua, etcétera-, la reconstrucción de las fábricas demolidas, la reedificación de las viviendas bombardeadas... Aznar mandó hace unos días en secreto una importante delegación a los Estados Unidos para que obtuviera de las autoridades de Washington la confirmación de que una parte de ese pastel será para empresas españolas. He oído decir que sus enviados regresaron con la promesa de que habrá pastel para todos los fieles, incluido él.
Estamos ante el retrato perfecto de la guerra: debajo, los cadáveres; encima, los traficantes de muerte.
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(1) Los directivos de los medios suelen negar que saquen beneficio de la guerra. Alegan que las situaciones de conflicto retraen el consumo y, en consecuencia, perjudican el mercado publicitario. Y eso es verdad. Pero lo que se pierde en publicidad durante un enfrentamiento armado muy espectacular pero relativamente breve, como puede ser éste, viene sobradamente compensado por el incremento del interés público por los medios, lo que supone un cebo para las firmas anunciantes. Es la inversa del refrán: hambre para hoy, pan para mañana.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (7 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2017.
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