La opinión pública de los países ricos -eso que ahora se llama la comunidad internacional- se horroriza estos días con la barbarie de las milicias indonesias en Timor Oriental. De las milicias: es decir, de los militares indonesios que se quitan los distintivos oficiales para que el Estado Mayor de Yakarta pueda desentenderse de sus actos criminales. «¡Qué bestias!», dice todo el mundo.
Sí, qué bestias.
Pero esas bestias organizadoras de pogromos no son un producto autóctono, como la mandioca. No aprendieron a perseguir y matar en masa por su propia cuenta. El actual Ejército indonesio se forjó en la práctica de escabechinas cuando en 1967, incitado por las grandes potencias occidentales, dio el golpe de Estado que derrocó a Sukarno. Los milicos de Suharto organizaron entonces un baño de sangre: mataron a cientos de miles de indonesios -cientos de miles: qué pronto se dice-, acusados de ser comunistas o nacionalistas.
Occidente aplaudió: se acababa para siempre el peligro de una Indonesia roja y el archipiélago ponía sus ricas materias primas en manos de enormes consorcios de EE.UU. y Japón.
A lo largo de los tres últimos decenios, las Fuerzas Armadas de Indonesia, corruptas hasta la médula, han sido mimadas por las potencias del llamado mundo libre. Sabían que la explotación intensiva de mano de obra y de materias primas a muy bajo costo requería de alguien que asegurara como fuera la resignación de la población.
Por eso tampoco movieron un dedo cuando Suharto se anexionó el Timor Oriental en 1976.
Aquellos polvos, estos lodos.
Señalan algunos la similitud entre lo que sucedió en Kosovo y lo que está pasando en Timor Oriental. Es cierto que en ambos casos nos hallamos ante éxodos provocados por las consecuencias previsibles, pero no previstas, de decisiones de la comunidad internacional. Es indignante, en efecto, que la ONU patrocine un referéndum de autodeterminación y luego se lave las manos ante la esperable reacción histérica de los perdedores.
Pero Indonesia no es Serbia. En Serbia, EE.UU. no tenía un mal negocio, en tanto que en Indonesia los posee a mansalva. Nadie en Washington quiere enemistarse con las autoridades de Yakarta. Hay mucho dinero en juego. En todo el Sureste Asiático.
Occidente no se conmueve. Ha criado cuervos, es cierto -no sólo en Asia: también en África Central, y en Latinoamérica-, pero los ojos que acaban sacando esos cuervos no son nunca los de sus criadores.
Son cuervos extremadamente crueles, pero muy bien enseñados.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de septiembre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de enero de 2013.
Comentarios
Un saludo cordial.
Escrito por: Óscar Pardo.2013/01/19 13:41:15.404000 GMT+1
http://blogdeoscarpardodelasalud.blogspot.com
Escrito por: PWJO.2013/01/19 15:53:21.411000 GMT+1