Conecto con un canal francés de televisión –¿TV 5?– vía satélite, de manera casi casual, a punto de salir de casa.
Se trata de un espacio sobre libros. Se ve que lleva ya un buen rato.
El conductor del programa es un hombre tranquilo, nada pretencioso.
Va hablando con los autores. Uno ha escrito un libro sobre el pop-rock de los 60. Me siento a escucharle. Se expresa con buen criterio y con amenidad, en ese francés entre culto y coloquial que tan bien maneja la intelectualidad parisina.
Luego es el turno de un hijo de Marc Chagall, que ha publicado una obra en la que cuenta historias y anécdotas sobre el magnífico pintor que fue su padre. Bien encaminado por el presentador, que se ha leído el libro con comprobable atención, relata algunas anécdotas francamente divertidas. Algunas sobre la relación entre Chagall y Picasso, muy representativas de ambos.
Desde el comienzo me he fijado en una señora alta y delgada, de inmaculado pelo blanco cortado en melena, que está sentada junto al presentador. Parece mayor: por encima de los sesenta. Apenas va maquillada. Es extraordinariamente atractiva: ojos profundos y vivísimos; labios carnosos que amagan una sonrisa permanente; manos de dedos eternos y marmóreos... Irradia personalidad.
Sólo al final del programa descubro de quién se trata.
–Gracias, Françoise Hardy, por su presencia...
¡Françoise Hardy! Sus can-ciones adolescentes se hicieron tremendamente famosas cuando yo tenía 14, 15 años. Tous les garçons et les filles de mon age... Tenía una voz cristalina y una belleza inconfundiblemente francesa: de una elegancia a lo Juliette Greco, pero en rubia, en guapa... y en jovencísima.
Acabado el programa, hago lo posible por saber qué ha sido de ella. Veo que ha seguido cantando, que ha seguido grabando y que ha mantenido un nivel de ventas más que aceptable. Sólo en los países francófonos, claro: se acabaron los tiempos en los que un cantautor francés podía triunfar en España.
Se ha especializado en astrología. Qué curioso.
Me hago con varios discos suyos. Me impresiona la amarga dulzura de uno de ellos, encabezado por una canción cuyo título me deja evocador: Ma jeunesse fout le camp. “Mi juventud se escapa”, pero dicho con menos miramientos.
Qué bien ha envejecido esta mujer.
Pero, por bien que se envejezca, qué amargo es envejecer.
“¡Qué terriblemente extraño es ser sexagenario!”, escribió Paul Simon en Old Friends, cuando él apenas pasaba de los 20.
Ahora ya sabe que sin duda es terrible, pero no extraño.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (25 de julio de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2017.
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