se ha dicho, y muy severo, sobre la actividad de las empresas demoscópicas que el pasado domingo se equivocaron a pie de urna vaticinando con unánime torpeza los resultados de las elecciones autonómicas de Galicia.
Ya sabemos que no tiene nada de especial errar a la hora de hacer predicciones, pero resulta bastante sospechoso que varias conspicuas empresas del ramo incurran una y otra vez en idénticos errores sobre los mismos asuntos. Recuerdan demasiado a los alumnos que sueltan la misma pata de banco en el mismo examen escrito, en respuesta a la misma pregunta. El tribunal no tiene más remedio que deducir que han bebido todos en la misma fuente envenenada.
Como los demoscópicos de marras, también tienen su aquel los comentaristas políticos que asumen durante las noches electorales el encargo de explicar a la audiencia las noticias que van llegando. Me he encontrado yo mismo algunas veces en ese trance, obligado a deambular cada diez minutos, al albur de la actualidad, por la cuerda floja del ridículo.
Cuando me he visto en ésas, siempre me he rendido admirado ante el oficio de los comentaristas todo terreno que, si oyen que a Tal parece que le está yendo mucho mejor de lo que se anunciaba, aseveran sin parpadear, adornándose con toda una batería de datos, que eso era perfectamente previsible, porque Tal es mucho Tal; pero que, si un cuarto de hora después, se constata que Tal está perdiendo posibilidades a ojos vista, son capaces de exhibir las mil y una razones por las que Tal, reliquia del pasado, estaba condenado a dejar de una vez el sillón a Cual, como ellos ya habían pronosticado muchas veces.
Me recuerdan a los comentaristas futbolísticos que están preparados para elevar a los cielos o arrojar a los infiernos al delantero, al portero o al entrenador que sea, según lo que suceda en el minuto 96 del partido. ¿Que el balón da cuatro rebotes raros y se introduce en la portería? Nos relatan con gran detalle cómo eso es resultado de toda una trayectoria milimétricamente planificada, astuta, impecable, ejemplar. ¿Que tras el rebote final el baloncito de las narices sale por la línea que delimita el terreno de juego y no hay tutía? ¡Si ya lo habían dicho ellos! Ese delantero «no tiene gol», deja que los defensores «le encimen» (sic!) y está ahí tan sólo porque el entrenador del equipo no tiene lo que hay que tener.
Un rebote aquí o allá -8.000 votos de más o de menos- y el tipo de preclaro cerebro se convierte en un perfecto zote, o el mediocre irredento en genio imprescindible.
¿Ridículo? Sí, por supuesto. Pero sólo en parte. Porque ya se sabe que son los resultados los que cuentan. Y si logras el campeonato -o si te haces con el Gobierno- a nadie le importa que tus méritos estén más o menos acreditados. Y si no, pues lo mismo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de junio de 2005) y El Mundo (22 de junio de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. El apunte se titulaba Los analistas siempre se salvan. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de octubre de 2017.
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