De la batalla que va a librarse en la sede federal del PSOE el próximo sábado lo sabemos casi todo: el día y la hora, las fuerzas en presencia, las armas respectivas de los contendientes...
Se diría que sólo nos queda ya un dato por conocer: quién será el vencedor y quién el derrotado. Pero, bien pensado, de esto también sabemos bastante. Sabemos que, si esa batalla se desata, perderán todos ellos. Se está deteriorando a marchas forzadas la imagen del PSOE, y una guerra interna librada a campo abierto asestaría un golpe terrible a la credibilidad electoral socialista. ¿Con qué cara decir a los electores que el PSOE es «el único partido con capacidad real para vertebrar España» –uno de sus tópicos favoritos–, tras haber demostrado su total incapacidad para vertebrarse siquiera entre ellos?
Conscientes de ese peligro, algunos dirigentes de los dos bandos están realizando esfuerzos desesperados para lograr un compromiso que evite la batalla, como en el escenario de La Guerre de Troie n'aura pas lieu.
Sucede a veces sin embargo que, por previsiblemente catastróficos que sean los resultados de una guerra –a eso dedicó Giraudoux su obra–, no es posible evitarla: ora porque los agravios, las traiciones y los rencores acumulados ya no dejan espacio para la coexistencia, ora porque no hay modo de hallar un punto de equilibrio entre los intereses enfrentados, ora por ambas razones a la vez.
Este último es el caso del PSOE. No hay posible acuerdo entre quienes exigen que el gobierno se subordine al partido y quienes reclaman justo lo contrario. No puede haber paz entre quienes hace mucho tiempo que no discrepan: que se odian, sin más. Se odian a muerte.
Y el que odia así es como al alacrán del cuento: siente la necesidad de matar, aunque él también perezca.
No puede hacer otra cosa: está en su naturaleza.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de abril de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de enero de 2018.
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