Me lo dijo secamente José María Aznar pocas semanas antes de acceder por primera vez a la Presidencia del Gobierno español: «Es usted una persona muy suspicaz». Lo dijo porque le había dado a entender que desconfiaba de la sinceridad de su distanciamiento ideológico del franquismo. Acertó de lleno: soy propenso a sospechar. (*)
Pero desconfiar de la pureza de las razones que han llevado al Comité Olímpico Internacional a designar a Londres como sede de los Juegos Olímpicos de 2012 no me parece que sea ningún exceso. Ha cantado mucho.
No dudo de que, con siete años por delante, las autoridades británicas podrán poner en pie las infraestructuras necesarias para la celebración del acontecimiento, pero el hecho concreto es que, a día de ayer, su proyecto apenas tenía existencia fuera del papel. En comparación con los preparativos realizados por París y por Madrid, la candidatura de Londres era casi una broma.
Pero fue la elegida. ¿Por qué?
Descartar la oferta de Madrid tenía sentido, principalmente por la cercanía de los Juegos de Barcelona. Además, los trabajos realizados o en marcha en la capital de España tienen utilidad social con o sin Juegos. Madrid puede esperar a 2020 sin mayor trauma. Pero lo de París es muy diferente. Su candidatura había sido rechazada sin demasiado fundamento en las anteriores ocasiones en que se presentó. Volver a echarla para atrás ahora, cuando exhibía los informes más favorables, y hacerlo en beneficio de una capital cuya oferta había sido justamente calificada de virtual, tiene todos los elementos de una humillación.
Dicen los que saben de estas cosas que el Gobierno británico llevaba meses haciendo saber a los integrantes del COI procedentes del Tercer Mundo que, de ser elegida como sede los JJOO del 2012, Londres daría a los equipos de sus países -y a ellos mismos, llegado el caso- un trato «del que no podrían olvidarse jamás». La labor de Blair durante las últimas semanas presentando a Gran Bretaña como la campeona de los intereses de los países pobres, especialmente de África, apuntaría en la misma dirección. Según estos expertos, Blair se habría ganado el favor de muchos miembros del COI apelando a sus estómagos... y a sus carteras. Dicen que lo ha hecho hasta el último momento. Cuentan que el trajín de representantes del COI entrando y saliendo de la suite del premier británico en Singapur parecía salido de una comedia de los Marx Brothers.
El argumento del soborno en todas sus variantes es de peso, pero hay otro que tampoco puede ser menospreciado. Me refiero al hecho de que Londres no sólo representaba ayer en Singapur a Londres; era también -y puede que sobre todo- el no París. En cuanto Estados Unidos registró la derrota de la candidatura de Nueva York, que había presentado sin ningún entusiasmo, puso el grueso de sus influencias al servicio de Londres. No sólo para favorecer a su mejor aliado sino también para impedir la victoria de su actual bête noire, Francia. Una Francia que no sólo aparecía allí como representación de sí misma, sino como emblema de esa vieja Europa que se empeña en constituir un polo de referencia internacional distinto del que reside en Washington.
Algunas autoridades francesas han declarado que, visto lo visto, no tiene sentido que París insista en ser sede olímpica. Es una reacción comprensible, pero muy débil, sin proporción con la afrenta sufrida. Aunque representativa: demuestra la contumaz tendencia de los representantes de la vieja Europa a arrugarse ante la prepotencia de sus oponentes, obren directamente desde Washington o por delegación.
Lo siento por Londres, que es una ciudad muy hermosa y cuya población, cosmopolita como pocas, me parece fascinante. Me temo que la han escogido para un trabajo francamente sucio.
(*) A veces demasiado. Por ejemplo: hace tiempo que me escama la tendencia que muestran los rivales de Lance Armstrong a rodar por los suelos en el Tour de France. Se caen, a veces de manera rarísima. Doy por hecho que ese sentimiento no es sino una manifestación más de mi exagerada -y confesa- tendencia a desconfiar. Por mi maldito modo de ser, tiendo a pensar que si algo puede hacerse, y si ese algo beneficia a alguien, ese alguien se planteará la posibilidad de hacerlo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de julio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de julio de 2017.
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