Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1998/05/06 07:00:00 GMT+2

Lluís Llach, ética y arte

A bastantes de los integrantes de la quinta del 68 nos está tocando pasar ahora la no muy entusiasmante frontera del medio siglo de edad. Aquello nos pilló con 20 años y, claro, a fuerza de subsistir, pues pasa lo que pasa. El tiempo, sobre todo.

Mañana cumple los 50 alguien que simboliza -tanto que se habla en estos días de Mayo del 68- lo mejor del espíritu que tomó cuerpo en aquel momento: Lluís Llach.

Llach es un gran compositor. Eso casi nadie lo niega. Algunas de sus canciones -de entonces y de luego, hasta ahora mismo- son auténticos prodigios de sensibilidad. Su todavía reciente Un pont de mar blava, sobre poemas de Miquel Martí i Pol -otro que tal baila- matrimonia las mejores tradiciones musicales mediterráneas, que se remontan al Misteri de Elx, con el aliento del ahora mismo: Grecia, Bosnia, Marruecos... Venim del nord, venim del sud: hermandad bajo las mismas estrellas, de uno y otro lado del mar amigo, de la madre mar.

Es un gran compositor, ya digo. Pero eso no es lo principal. Hay otros grandes compositores.

Llach es también un excelente intérprete. Tiene una voz limpia, poderosa pero bien administrada, capaz de trasladarnos en un momento de la tristeza a la ironía y de la ternura a la rabia. Y es también un pulcro pianista, y un muy buen arreglista. Y un letrista bien orientado, que ha escogido con sabia intuición a sus inspiradores, desde Kavafis a Marius Torres, pasando por Salvat-Papasseit y Sagarra, con parada y fonda en Martí i Pol.

Pero nada de eso es tampoco lo principal. Hay mejores voces que la suya, y pianistas más virtuosos que él, y poetas de la canción con más bagaje literario.

Lo grande, lo sorprendente, lo realmente conmovedor de Lluís Llach no es nada de eso. Ni siquiera que todo ello haya ido a coincidir en un solo individuo. Lo esencial de él está, para mí -y para muchos miles más, por feliz fortuna-, en el ungüento mágico que ensambla todas esas piezas, convirtiéndolas en un todo compacto, coherente.

Hablo de su impulso ético. De la apuesta que hizo hace más de treinta años por la decencia y la integridad -¿se eligen esas cosas?-, contra viento y marea. De su lucha por la libertad, por todas las libertades, frente a los asesinos de razones, asesinos de vidas a los que maldijo con voz de trueno. A su defensa de los diferentes. De las diferentes.

Otros también izaron hace treinta años esas banderas. Pero luego las arriaron. O las usaron para taparse. El sigue defendiéndolas. Y eso -más todo lo demás- es lo que le hace ser Llach.

Asisto fielmente a sus conciertos. Veo entre el público a tipos de mi pelo (de mi falta de pelo). Pero veo también a gente muy joven. Y no solo en Cataluña. En Pamplona, una chavala silenciosa le entregó un ramo de flores con una tarjeta de breve leyenda: Gracias.

Qué bien escogió el mensaje. Gracias, Lluís.

Javier Ortiz. El Mundo (6 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de mayo de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/05/06 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: lluís_llach el_mundo cataluña 1998 martí_i_pol música antología | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)