No comparto ni poco ni mucho la angustia nacional por el descalabro milmillonario que pueden sufrir -que han empezado a sufrir- las grandes empresas españolas afincadas en tierras de Argentina.
Me sentía bastante más desazonado hace meses, cuando daban cuenta de los espectaculares beneficios que estaban obteniendo. Porque eran beneficios que estaban sacando no ya en Argentina, sino de Argentina. Me veía los vasos comunicantes: si los millones venían para aquí, es que salían de allí. Porque los beneficios no nacen por generación espontánea, ni caen del cielo, por muy astronómicos que sean. ¿Que una parte de esos dividendos procedían del hecho de que determinados sectores económicos habían empezado a ser gestionados con criterios empresariales más competentes? Es probable. Pero yo habría preferido que se gestionaran con criterios más competentes... y argentinos. Porque, de haber sido así, lo mismo se hubiera logrado evitar, por lo menos en parte, la brusca proletarización que han experimentado en los últimos años varios millones de argentinos y argentinas.
Cuestión de preferencias personales: excúsenme ustedes si simpatizo más con el pueblo argentino que con las multinacionales españolas.
«La culpa de lo que ha ocurrido allí no la tenemos nosotros, sino la clase dirigente argentina, que ha saqueado el país», me objetan. Cierto: lo ha saqueado ignominiosamente. Pero uno de los sistemas que ha aplicado para llevar a cabo ese saqueo es la venta a precio de saldo de la riqueza nacional.
He leído que Telefónica logró recuperar en el plazo de un solo año todo el capital que había invertido por allí. ¿Qué quiere decir eso? Que compró a precio de saldo. Necesariamente. ¿Y por qué se lo vendieron a precio de saldo? Pues no puedo asegurarlo pero, si me tocara investigarlo, empezaría por buscar súbitos incrementos en el patrimonio de los mandamases argentinos que facilitaron la operación.
Cui prodest? ¿A quién beneficia? Desde los tiempos de la SPQR, ése ha sido siempre el mejor punto de partida de toda investigación criminal. Los gobernantes argentinos no podrían ser un atajo de vendidos si nadie los hubiera comprado.
No me creo que las grandes empresas españolas instaladas en Argentina vayan a tener enormes pérdidas. Lo más probable es que, como mucho, vean parcialmente reducidos sus márgenes de beneficio.
Que no lloriqueen, por Dios. Que tengan un poco de pudor.
Es por Argentina por la que hay que llorar.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (11 de enero de 2002) y El Mundo (12 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de febrero de 2017.
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