Los ideólogos anticomunistas de los tiempos de la Guerra Fría acuñaron el término «tonto útil» para referirse despectivamente a quienes mantenían posiciones no comunistas, pero más o menos críticas hacia el capitalismo, de las que los comunistas -según ellos- se aprovechaban. Algún burócrata del marxismo soviético se apuntó al desdén, aleccionando a sus huestes sobre la oportunidad de sacar partido -en todos los sentidos del término- de los «tontos útiles».
El parasitismo y el oportunismo son elementos fijos de la vida política. Siempre ha habido -y siempre habrá, probablemente- personajes con el ojo avizor, preparados a subirse a la cresta de cualquier ola popular para poner en marcha su particular surf. Así que surge un movimiento de masas, se aprestan a izar su bandera y, en la medida en que pueden, a adueñárselo.
Estoy pensando, por supuesto, en la actual ola pacifista y en los dirigentes del PSOE. ¿Cómo evitar la risa floja cuando uno ve a Jesús Caldera -al mismo Jesús Caldera que asumió en su día todas las alternativas internacionales made in Washington, al mismo que en defensa de su Gobierno trató con llamativo desdén a los sindicatos y ridiculizó las protestas estudiantiles cada vez que se le pusieron por delante- ayudando ahora a cargar los paquetes de firmas contra la guerra que llegan al Congreso de los Diputados y echándose a la calle como un chaval hoy sí y mañana también?
Anteayer estuve en un estreno de postín. Aquello rebosaba de celebridades, muchas de ellas con la pegata de «¡No a la guerra!», según es ahora costumbre. Antes de iniciarse el acto, a plena luz, sin esconderse ni nada, apareció José Barrionuevo. Y hete aquí que, para mi escándalo -ya que no para mi sorpresa-, algunos de los famosos con pegata pacifista se acercaron a saludar efusivamente al exministro convicto. ¿De qué va esa gente? ¿Están en contra de la guerra por insoslayables razones de ética, que les han animado a sumarse finalmente a quienes llevan rompiéndose los cuernos contra los planes de guerra desde hace meses -incluyendo muchos de sus compañeros de profesión, gente estupenda-, pero luego se toman el terrorismo de Estado, en general, y el secuestro de ancianos, en particular, como una travesura sin mayor trascendencia?
Políticos que tratan desesperadamente de sacar tajada electoral, figurones dispuestos a aumentar como sea su cuota de popularidad... ¿Deberíamos abroncarlos, negarnos a aceptar sus ínfulas de protagonistas en los actos del movimiento contra la guerra, advertir contra ellos a los jóvenes que les aplauden y les piden autógrafos?
No. Dejemos que ejerzan de listos útiles. O dicho de otro modo: volvamos a hacer nosotros de tontos útiles. Porque ahora lo que urge es ir a por los otros.
Tiempo habrá para desenmascarar a estos advenedizos.
Ni siquiera será necesario: seguro que se las arreglan para desenmascararse ellos mismos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de marzo de 2003) y El Mundo (22 de marzo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de marzo de 2017.
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