Cuando, allá por septiembre del pasado año, los nuevos responsables de los informativos de Onda Cero -y, en particular, de su programa nocturno, La Brújula- decidieron prescindir de mis servicios, no protesté. Este Diario es testigo de ello. Asumí la tesis de que las empresas informativas tienen derecho a escoger su línea y, en consecuencia, a sus colaboradores.
Llevé bastante peor -aunque tampoco levanté la voz- cuando nadie dio la cara para comunicarme el despido (no digamos ya sus razones). Pero decidí que eso son cuestiones de estilo. De ética y de estética. Cosas que uno tiene en cuenta a la hora de delimitar sus relaciones de amistad. Privadas, en suma.
Asisto ahora con cierta distancia a la indignación de algunos contra la limpieza sectaria que César Alierta, dueño de Telefónica -y, en consecuencia, de Antena 3 y de Onda Cero-, ha desatado en ambos medios informativos. Me sorprende particularmente que apelen a la libertad de expresión los mismos que, cuando a mí me echaron de Onda Cero, hicieron la vista gorda, o incluso lo justificaron. Doblemente, puesto que mi despido fue directamente resultado de la firme voluntad de suprimir un punto de vista del que yo era representante único en las tertulias de esa emisora, en tanto lo de ahora se refiere a una disputa concreta sobre una choricería concreta, sin mayor trasfondo ideológico-político (¿alguien cree que hay divergencias de concepción del mundo entre Isabel San Sebastián y Carmen Gurruchaga?).
Aquello sí tenía que ver con el pluralismo. Esto afecta tan sólo a la libertad de criticar las trapacerías del patrón que te paga.
Una libertad que, en realidad, jamás ha reconocido ninguno de los dos bandos ahora enfrentados.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de diciembre de 2017.
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