Hace años me pidieron mi firma para exigir el cierre administrativo de una librería barcelonesa que vendía libros nazis. No sólo negué mi respaldo a esa iniciativa, sino que escribí oponiéndome a ella.
Supongo que no descubro ningún secreto a nadie si digo que soy antifascista hasta la médula. Pero defiendo el derecho de los fascistas a expresar sus opiniones. Hace falta conocerlas para refutarlas.
Soy del criterio de que la verdad no debe temer a la mentira, ni la razón a la sinrazón. Todo lo contrario: el contraste las realza.
Fiel a ese principio, defiendo el derecho de los opinadores de la Cope a poner a caldo a quien les parezca.
No apoyo, como es lógico, que exijan que se nos silencie a otros, y aún menos cuando lo hacen echando mano de mentiras -he comprobado que de mí también las dicen, y de buen tamaño-, pero nunca he reclamado reciprocidad en materia de principios. Que ellos estén en contra de mi libertad de expresión no impedirá que yo defienda la suya.
Para mí, el problema no es que haya un puñado de individuos que difaman más que hablan, sino que una parte considerable de la población española se tome en serio sus patrañas. Lo que nos corresponde a quienes las identificamos como tales no es pedir que les tapen la boca, sino demostrar que lo que dicen es falso. Porque ni ellos ni su cháchara vocinglera tienen mayor interés.Quien importa es la población.
Lo único que me parece difícilmente aceptable de la labor de agit-prop de esa cadena radiofónica político-clerical es que se financie con dinero público. Porque, como es bien sabido, su economía depende de la Conferencia Episcopal, cabeza visible de una institución religiosa que recibe mucho dinero del Estado. ¿Cuánto de ese dinero lo invierte en la Cope? Ni lo sé ni me importa. Sólo sé que puede hacerlo. Y que el dinero que recibe del Estado sale de muchas personas, una de las cuales soy yo, ciudadano que, a diferencia de algunos de sus prohombres, a los que he oído defender el fraude fiscal, cumple religiosamente -permítanme la expresión- con sus obligaciones de contribuyente.
Responden: «¡De los contribuyentes que quieren!». Pero qué va. Reciben dinero con cargo a diversas partidas presupuestarias, sobre algunas de las cuales los ciudadanos que no comulgamos, ni con sus ruedas de molino ni en general, carecemos de capacidad de decisión.
Y ahí reside mi disgusto. Porque yo defiendo la libertad de quien sea para opinar lo que le plazca, e incluso para ponerme a caldo, y hasta para exigir que me despidan de cualquier centro de trabajo, público o privado. Pero mi apego a sus libertades no es tanto como para pagarles para que me machaquen. Yo, a diferencia de ellos, que apenas disimulan su alma macarthista, soy liberal en materia política. Pero liberal. No masoca.
Javier Ortiz. El Mundo (5 de diciembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de mayo de 2018.
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