Ya no hay fin de semana o fiesta de guardar que el Gobierno no anuncie algún nuevo proyecto represivo. Entre ayer y anteayer dejó caer media docena de ellos. Según cómo le sople el viento, la emprende contra unos u otros. Ayer me pareció escuchar a Michavilla perorando contra los que se disfrazan de pacíficos inmigrantes para venir a España a delinquir. A otro le oí decir no sé qué sobre la prohibición total de fumar en los centros de trabajo. Parece que van a montar equipos de inspección para que nadie se salte la norma. Las empresas de la construcción seguirán sin imponer las medidas de seguridad necesarias, pero como los inspectores pillen a un currito con la colilla pegada al labio, la armarán de aúpa. Me pregunto que harán en las oficinas en las que trabajan tres o cuatro y todos son fumadores: ¿bajarán las persianas para que nadie les vea?
Para estas alturas nadie ignora que este furor purificador del Gobierno está en relación directa con los bofetones que ha recibido su prestigio a costa del Prestige. Escocido a más no poder, ha decidido hacer eso que los expertos llaman «tomar la iniciativa» y que consiste básicamente en sacar leyes prohibicionistas como churros. Es como si hubieran tardado ocho años en descubrir que España estaba llena de gente malísima a la que nadie perseguía y quieran recuperar el tiempo perdido en un plisplás.
Pero hay una cosa que me inquieta especialmente. Si para recuperar enteros en la valoración popular el Gobierno opta por sacar el mandoble y repartir leña a gogó, ¿qué quiere decir eso? ¿Que cuanto más ultra más popular?
¿Van por ahí las apetencias de la mayoría de la actual población española?
¿Considera la mayoría tranquilizadoras las mismas cosas que a mí me asustan?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (13 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de febrero de 2017.
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