Las tertulias radiofónicas con sede en la Villa y Corte han encontrado otro muñeco para su particular pimpampún: el director general de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso. Acabo de enterarme de ello desde mi retiro de Aigües, escuchando -ventajas de los satélites- el Cocidito madrileño, programa sabatino de Radio Euskadi que hace antología de lo más florido del largue semanal de sus emitencias. Al parecer, don Santiago dijo el otro día en el Club Siglo XXI que, ETA al margen, Euskadi tiene un problema político de encaje en España, con lo que se ha ganado los balidos del ganado.
No es cosa de reproducir aquí todas las invectivas que se han proferido contra él desde la COPE, Onda Cero y Radio Nacional, aunque sea de rigor admitir que, una vez más, la palma se la ha llevado el protomártir arzobispal Federico Jiménez Portodoslosantos, que reclamó su fulminante inmolación (la de Valdivielso: no os hagáis ilusiones).
Reconozco, de todos modos, que en esta ocasión he sentido la tentación de incurrir en una confluencia táctica con el tal Jiménez -al modo de Batasuna, el PP y el PSOE en el asunto de los Presupuestos vascos- y convenir en que, en efecto, lo declarado por el jefe de la Guardia Civil es inaceptable. Porque, en rigor, no es cierto que Euskadi tenga un problema político con España. Es España la que tiene un problema político consigo misma, lo que le lleva a tener problemas con Euskadi, con Cataluña, con Galicia, con las Canarias, con el País Valenciano, con Ses Illes, con Ceuta, con Melilla... y con todas y cada una de sus supuestas partes. Es un Estado que no acabó de cuajar como nación y que, no obstante -o por eso mismo-, ha venido dándose ínfulas de nación como la que más. Sus prohombres trataron de articular los signos de identidad nacionales a golpes de mandoble medieval, en plan «Tú, chitón, que te parto la cara», en un tiempo en el que las naciones se construían generando industria y comercio, rompiendo las barreras internas con sólidas infraestructuras y buenas comunicaciones. Los mandamases de Madrid no fueron capaces de hacerlo, sobre todo porque no vieron interés en ello -para trabajar ya estaba la periferia-, lo que dio lugar a un Estado poco maduro y bastante incoherente.
España es una casa decididamente mal hecha, y a nadie debería extrañarle que, cuando no le fallan las cañerías, se le atasquen los desagües. O se le hunda el suelo.
Pero supongo que sería demasiado pedir que el jefe de los del tricornio reconociera esa realidad.
Él se ha limitado a constatar lo que tiene delante de las narices, y ya con eso la ha hecho buena. Porque el reconocimiento de lo evidente es uno de los signos más claramente distintivos de la anti-España.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de diciembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de junio de 2017.
Comentar