Es digna de mención la cantidad de tonterías que están circulando en estas horas previas a la conmemoración del primer aniversario de los atentados del 11-M. La última que he oído: llaman «héroes» a las víctimas. ¿Qué tendrá de heroico que vayas tan tranquilo en un tren y te maten o te hieran inopinadamente? Las víctimas de un atentado son sujetos pasivos. O pacientes, por partida doble. La definición de «heroísmo» que aporta la Academia Española empieza diciendo: «Esfuerzo eminente de la voluntad...». Ninguna de las víctimas de las bombas del 11-M lo fue porque realizara un gran esfuerzo para verse en esa situación, ni mucho menos. Qué más hubieran querido que librarse de ello.
Por idéntico motivo, resulta también absurdo calificarlas de «mártires». Es mártir la persona que muere o sufre mucho en defensa de determinadas ideas o creencias. No vale con que quien la mate o torture actúe por razones ideológicas. Ha de ser ella la que se vea en esa trágica circunstancia en razón de su propia actividad religiosa, ideológica o política.
Se puede -y se debe- honrar con el mayor respeto la memoria de las víctimas del terrorismo sin incurrir en hipérboles carentes de sentido. Con lo que realmente les sucedió basta y sobra. No hay necesidad de atribuirles lo que no fue cosa suya.
Otro absurdo aún más frecuente: dar por hecho que las opiniones políticas que expresan las víctimas supervivientes o los familiares de los muertos son especialmente acertadas. El sufrimiento no proporciona ninguna garantía de clarividencia. Todo lo contrario. Lo más probable es que alguien que ha sufrido un daño excepcional, a veces físico, siempre psicológico, quede con el ánimo alterado, ofuscado. Lo raro -y realmente admirable, casi inhumano- es lo contrario: que mantenga su ponderación tras haber pasado por una experiencia tan traumática.
Cuando las víctimas del terrorismo se meten en discursos políticos, lo correcto es comprender sus sentimientos y dejar de lado sus posibles excesos. Por el respeto del que su sufrimiento les hace acreedores. Pero pretender que sus afirmaciones políticas sean tomadas como verdades reveladas -casi siempre para ser exhibidas acto seguido como aval de tales o cuales posiciones partidistas- es, dicho sea sin tapujos, una bajeza. «Las víctimas siempre tienen razón», decía en sus tiempos Mayor Oreja. Pero nunca cedió el micrófono a la viuda de Juan Carlos García Goena, al que los GAL asesinaron tomándolo erróneamente por un miembro de ETA y que echaba pestes del PP.
Por regresar al 11-M y poner el ejemplo de una persona por la que he expresado públicamente mi respeto: lo que dice Pilar Manjón no es ni mejor ni peor porque lo diga la madre de una víctima de los atentados de ese día. Vale lo que vale, y allá cada cual a la hora de aquilatarlo. Ella es una mujer que tenía una determinada concepción del mundo cuando mataron a su hijo. Tras de lo cual siguió teniendo la misma concepción del mundo. Mucho más dolorida, pero ni más ni menos acertada que antes de aquel nefasto día.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de marzo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de noviembre de 2017.
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