Ustedes ya conocen, supongo, la fábula de la víbora y la rana: la víbora que suplica a la rana que le cruce el río a cuestas; la rana que no quiere, porque teme que le pique; la víbora que le dice que no sea tonta, que si le picara ella también moriría; la rana que al final accede; la víbora que efectivamente le pica; la rana que, moribunda, le pregunta por qué lo ha hecho, y la víbora que le responde: «No he podido evitarlo; está en mi naturaleza».
Bueno, pues a los periódicos y los periodistas nos ocurre igual. Cada cual es lo que es, y no tiene más remedio que comportarse de acuerdo con su ser, lo mismo que la víbora de la fábula. El periodista que es crítico, lo acaba siendo siempre, con independencia del Gobierno que haya y del partido que esté en él. Y el que tiene el hábito de dar jabón al Poder, pues tal cual, sólo que al revés.
Supongo que a más de uno esto le resultará sorprendente. ¿Cómo puede ser que existan periodistas que no hayan comulgado nunca con ningún Gobierno: ni con los de la UCD, ni con los del PSOE, ni ahora con el del PP? Y, aún más chocante: ¿cómo pueden otros periodistas arreglárselas para tener ganas de pasar la mano por el lomo a todos los Gobiernos, por distantes que sean las opciones ideológicas de unos y otros?
La explicación es sencilla, en realidad. Pero para entenderla hay que olvidarse de considerar las relaciones entre los Gobiernos y los periodistas -y la Prensa- en términos ideológico-formales (que si éste se dice más de izquierdas, que si aquel más de derechas) y analizarlas a partir del papel que cada cual desempeña con respecto a la maquinaria del Poder. Porque los Gobiernos cambian, pero el Poder es siempre el mismo: no cambia el aparato del Estado, no cambia la Banca, no cambian las multinacionales, no cambian las redes comerciales, no cambian los consorcios empresariales... Los Gobiernos sucesivos varían -si es que varían- el modo de gestionar los asuntos del Poder. Pero el Poder como tal permanece.
Para los periodistas -y los medios- que están especializados en edulcorar la imagen del Poder, que el Gobierno pase de las manos de un partido a las de otro es algo relativamente accesorio. Les obliga a efectuar ciertos reajustes, por supuesto: tienen que arreglar la transición guardando las formas, de cara a la galería. Pero, a fin de cuentas, nada realmente sustancial se altera para ellos. Su trabajo sigue consistiendo en lo mismo: en estar con el que está. Tampoco varía gran cosa el panorama para quienes de siempre se han dedicado a denunciar las pifias y desafueros del Poder: les basta con escribir unos cuantos nuevos nombres en su agenda... y con acostumbrarse a que algunos que antes les sonreían les retiren ahora el saludo.
Tal vez se pregunten ustedes si hago esta reflexión a cuento de las diferentes acogidas que ha tenido en la Prensa la decisión de Aznar de no desclasificar los «papeles del CESID». La respuesta es: sí.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de agosto de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de agosto de 2012.
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