Vivimos momentos críticos: en esto parece que hay unanimidad.
En el terreno político, asistimos al resquebrajamiento del ya limitado crédito del Gobierno [Carlos Arias Navarro]. Los sucesos de Vitoria, Basauri, Elda...; la amplia huelga vasca de mediados de marzo; el nacimiento de la Coordinación Democrática y la detención de algunos de sus líderes...; he aquí un conjunto de factores que dan el tono de la situación que ha marcado la entrada del Gobierno en una crisis general.
En el momento de su nacimiento, el Gobierno hoy en funciones capitalizó un cierto caudal de apoyos entre aquellos sectores económicos y sociales que veían en él la poslbilidad de transitar de la dictadura a la democracia con el mínimo de costos y traumas: era la natural elección de los elementos conservadores, empujados al reformismo por la necesidad histórica, que han dado en pensar -como el personaje de Lampedusa- que «es preciso que algo cambie para que todo siga igual».
Pero los costos y los traumas han empezado a dar un saldo imprevisto. Y es que una cosa son los proyectos sobre el papel, y otra las realidades en marcha. Introducir entre la dictadura y la democracia una época de transición podrá parecer a algunos sensato. Pero, en la práctica, esa «época de transición» se convierte necesariamente en un amasijo incongruente de medidas contradictorias -mezcla de tolerancia y de arbitrariedad- que, lejos de resolver los problemas planteados, añade otros nuevos.
La experiencia de los ciento y pico últimos días habla sola: se predica la democracia, pero se practica la dictadura; se tolera hoy lo que se censura mañana, para volver a hacer la vista gorda sobre ello al día siguiente; se permite aquí lo mismo que se prohíbe allá; se ignora el Código Penal vigente a las diez de la mañana para aplicarlo con todo rigor a las nueve de la noche; se persigue a tal político de la oposición por decir o hacer lo mismo que otros, a los que nadie toca... En definitiva: se lleva al país hacia una situación caótica donde el buscado imperio de la ley y el orden se convierte en el desconcierto total. Y es que prometer una democracia archilimitada y por entregas a un pueblo que la quiere ahora y al contado no puede realmente conducir a nada bueno.
La problemática socio-económica actual (sobre cuya gravedad nadie se engaña) sufre también de la incongruencia y de la falta de soluciones políticas eficaces. Las tensiones sociales se multiplican no sólo porque los trabajadores ponen al día sus exigencias, sino también porque la ausencia de libertades sindicales y políticas hace más difícil -cuando no impide- negociar lo negociable. La crisis económica se pudre, ausente de unas medidas que el Gobierno no sabe tomar, porque tampoco está en disposición -él- de hacerlo.
En estos últimos días, las posiciones generales del Gobierno han tendido a endurecerse: las medias tintas se tornan negras. Con ello la política del Gobierno gana en coherencia, pero a costa de afirmarse en posiciones que pretendía dejar atrás, a costa de quebrar su de por sí incierta credibilidad reformista. Se indigna el diario Ya (31 de marzo de 1976) de la afirmación de Javier Álvarez Dorronsoro de que hace falta un Gobierno Provisional formado por los partidos de la oposición. Cree que eso es pura avilantez (descaro, que dice la gente normal). Modestamente, yo no veo dónde está la «avilantez» de marras. Para mí, la democracia sólo pueden construirla seriamente los demócratas, y en este país términos como democracia y oposición tienen difícil divorcio. A que ambas palabras sean prácticamente sinónimas se ha llegado a base de las muchas tropelías de la otra. Que cada cual apechugue ahora con su pasado.
Javier Ortiz. Cuadernos para el Diálogo. Primavera (probablemente abril) de 1976. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de diciembre de 2020.
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