Leo la historia de las cuatro vidas de monsieur Paul en L´Événement du Jeudi.
Paul nació en Túnez, en la boca del desierto. Su madre lo educó por su cuenta. «Hasta los diez años, viví como un pequeño salvaje», evoca. Sólo de chaval crecido supo qué era una escuela.
Esa fue su primera vida.
Luego su familia se vio obligada a regresar a Francia. Paul hubo de habituarse a las costumbres de la metrópoli. Y a los prados verdes, vallados, perfectamente cultivados de Dieppe, a orillas del Canal de la Mancha. Sintió nostalgia del desierto, del horizonte libre.
Fue su segunda vida.
Con los años, Paul se casó con una mujer mucho más joven que él. Tuvieron dos hijas. Las cuidaron. Fueron felices.
Poco a poco -silente, como es ella- vino la vejez. De su vejez en ciernes, a monsieur Paul sólo le molestó que fuera exclusivamente suya. Habló con su joven esposa. Le parecía un crimen condenarla a compartir la vida de un anciano. Ella estuvo de acuerdo. Se marchó.
Ese fue el fin de su tercera vida.
Desde hace quince años, el viejo Paul, monsieur Paul, vive solo en Nieppe. A falta de desierto, cuenta con el mar por horizonte.
No se conoce mucho de él. Pero todos por allí saben que la puerta de su casa está siempre abierta. Y son muchos los que la franquean. Se ha corrido la voz de que Paul hace algo insólito: escucha. Así que la gente acude a hablarle. ¿De qué? De nada en concreto. De todo. De su vida. A él no le importa quiénes son, ni de dónde vienen. No hace juicios morales sobre lo que le dicen. Los oye con atención, se interesa por ellos y, a veces, si se lo piden, les da algún consejo. «Desde joven me di cuenta de que venía bien a los demás», se justifica.
Monsieur Paul recibe a unas ocho o diez personas por semana. De cuatro de la tarde a una de la madrugada. Hombres, mujeres, viejos, jóvenes. Cada cual es libre de ir solamente una vez o de volver cuantas quiera. Él no pone a nadie límites de tiempo. Ni en cada visita ni en el número de ellas. Tampoco les pide que se identifiquen. Y, por supuesto, ni se le ha pasado por la cabeza cobrarles por el servicio que les presta: «Soy algo así como un psicólogo benévolo. Me hace sentirme útil», sonríe.
Monsieur Paul no sabe ni cómo ni por qué ha desembocado en esta cuarta vida en la que ahora habita. Por vocación de soledad o como término a toda una trayectoria de renuncias, ha legado en vida su patrimonio humano al universo entero. Y lo ha hecho poniendo a disposición de sus semejantes el bien más preciado que ha logrado atesorar: su desinterés.
Muchos que se aman de dos en dos -ya lo vio Ángel González- se odian de mil en mil.
Paul hace lo contrario.
L´Événement du Jeudi ha incluido su historia en un informe sobre hombres solos. Qué gran error.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de abril de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de abril de 2012.
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