Esta historia que les voy a contar no tiene nada de extraordinario.
Empezó allá por los primeros 30 del pasado siglo, cuando Fermín A., natural y vecino de Zeanuri (Vizcaya), de profesión jornalero, decidió abandonar su pueblo y buscar mejor fortuna en Sestao. Allí logró un trabajo de ajustador en La Naval, lo que le permitió instalarse modestamente en la margen izquierda y casarse con Pilar L., también procedente de Zeanuri, por parte de padre.
El 8 de marzo de 1935 la pareja tuvo una niña a la que pusieron por nombre Igone, según consta en el Registro Civil de Sestao, folio 32, tomo 64, sección 1ª.
Vino enseguida el levantamiento militar de Franco, y Fermín, que se había afiliado al PNV, fue a combatir con el bando republicano.
Terminada la contienda con el resultado conocido, Fermín fue encarcelado.
El 14 de mayo de 1940, mirando los papeles a su cargo, un probo funcionario del Registro Civil de Sestao reparó en la existencia de una niña que acababa de cumplir 5 años y que se llamaba nada menos que Igone. Así que abrió un expediente y resolvió: «Se le pone la palabra legítima y se le cambia el nombre de Igone por el castellano Ascensión». Acto seguido, impuso a Fermín A. y Pilar L. una severa multa. Pero hete aquí que, hurga que te hurga en los papeles, comprobó que la pareja era reincidente, porque tenía otro hijo llamado... ¡Andoni! Procedió a cambiar su ilegítimo nombre por el castellano Antonio e impuso a los padres otra multa más.
Igone -perdón, Ascensión- tuvo con el tiempo tres hijos, a los que hubo de inscribir en el Registro como Antonio, Juan José y María Olatz, aunque todo el mundo los llamara desde siempre Andoni, Jon y Olatz, salvo en la escuela y otros centros oficiales.
Ya les he dicho al comienzo que esta historia no tenía nada de extraordinaria. Es sólo el relato de tres generaciones obligadas a poner y quitar nombres propios a gusto del Estado español, aderezada con algo de cárcel y unas cuantas multas.
Podía haber sido una historia mucho más terrible. Y mucho más larga. Podría haberla remontado a 1766, cuando el conde de Aranda prohibió los libros en euskara, hasta llegar a 1925, cuando Alfonso XIII dictó la suspensión de empleo y sueldo para los maestros que enseñaran la lengua vasca. Pero habría sido un recuento imposible para una columna. Más adecuado para un libro.
Que yo sepa, los nietos de Fermín y Pilar no han empuñado nunca las armas contra nadie. Ni ganas.
Pero saben. Y recuerdan.
Créanme: muy a menudo, es imposible entender lo que pasa si no se cuenta con que todo, absolutamente todo, tiene su historia.
P.D. ¿Cómo fue aquello que dijo hace unos meses nuestro rey? Ah, sí: «Nunca fue la nuestra una lengua de imposición, sino de encuentro. A nadie se obligó nunca a hablar en castellano».
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (3 de mayo de 2002) y El Mundo, salvo la nota P.D. (4 de mayo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de abril de 2017.
Comentarios
Escrito por: xosé.2010/05/04 16:23:30.764000 GMT+2
Escrito por: J. Benjamín.2010/05/04 18:30:54.585000 GMT+2
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