Me pidieron ayer mis amigos de Acción Alternativa que fuera a Sevilla para participar hoy en un acto de solidaridad con José Couso. Nada me gustaría más, pero no podía ser: estoy recluido en mi casa montañera de Aigües, en Alacant, entregado a una de esas tareas que, para que parezcan algo menos arrastradas, algunos cursis mencionamos en latín, diciendo aquello de pro (o de) pane lucrando.
Como posibilidad alternativa, me sugirieron que les mandara un mensaje de apoyo al acto. Escribí entonces el texto que incluyo a continuación.
En los viejísimos tiempos de la transición, solíamos bromear con los fotógrafos diciéndoles que su desgracia era doble: no sólo su trabajo estaba peor pagado que el nuestro -el de los escribidores-, sino que, además, resultaba indisimulable. Si nosotros estábamos cubriendo una manifestación y llegaba la poli con ganas de zurrar, con poner cara de despistados lo teníamos más o menos resuelto. Pero ¿cómo iban a disimular su condición de periodistas quienes llevaban colgada del cuello una Nikon de aquí te espero? Daban el cante, los forraban a palos y a veces incluso les birlaban los carretes y les pateaban la cámara, que muchos no tenían asegurada, porque los seguros costaban una pasta.
Han pasado muchos años, pero todo sigue muy parecido. Cuando los amigos de la agresión a escondidas quieren ir contra la Prensa, en general, siguen apuntando contra el de la cámara, en particular. Es lo más fácil. Leí el otro día a un supuesto experto de la Guardia Civil que justificaba el asesinato de José Couso reprochándole no saber que una cámara de televisión se parece mucho a un tipo de lanzagranadas de fabricación rusa, lo que -decía- hubo de mover a engaño al oficial estadounidense que disparó contra él. ¡Las cosas que inventan algunos para sacar la cara por sus jefes! La cámara y el lanzagranadas tal vez se parecezcan mirados desde lejos, pero no cuando son observados con una mira telescópica de alta precisión como las que llevan los carros de combate modernos. A esa distancia, el oficial estadounidense que disparó podía ver no sólo que se trataba de un periodista con una cámara de vídeo, sino incluso la marca y el modelo de la cámara, y hasta si estaba rodando o no. Disparó su proyectil igual que los grises del franquismo pegaban a los fotógrafos: para castigar a la Prensa, por orden de la superioridad.
Yo no sé si será verdad que una imagen vale por mil palabras. Sé, a cambio, que cuesta bastante menos a quien la adquiere. Las condiciones económicas y laborales en las que desarrollan su labor los reporteros gráficos son, por lo general, penosas. Incluso en comparación con las de los reporteros literarios a los que acompañan. ¿Que es la suya una profesión muy romántica y muy vocacional? Aceptémoslo. Pero ni el romanticismo ni la vocación dan para pagar hipotecas y colegios, que yo sepa. Y cuando el fotógrafo o el cameraman vuelve a casa al término de su trabajo, tiene las mismas necesidades y las mismas deudas que el resto de los mortales.
Oye uno ahora a los jefes de Couso hablar de su sacrificio y de su asesinato, constata lo orgullosísimos que se sienten de su labor profesional y de la calidad de su trabajo, y se queda de piedra. ¡Con qué exquisito pudor disimularon esos sentimientos cuando José estaba en vida! ¡Cómo acertaron a reprimir su deseo de remunerar debidamente su reconocida entrega y su indiscutida profesionalidad!
Malditos farsantes.
Esa gentuza se aprovecha de algo que ninguna ley regula, porque es imposible sujetar con brida alguna, física o espiritual. Está legislado el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz, y el deber que tenemos los periodistas de proporcionársela. Pero lo que ninguna ley estipula es el precio que pagan algunos periodistas para saciar su sed de contar, de mostrar, de servirnos de vista y de oídos a los demás. Un precio que rara vez valora el público, y un precio que jamás satisfacen los empresarios.
Couso no murió como periodista. Murió por periodista.
Confío en que nuestro recuerdo -al menos nuestro recuerdo- se lo reconozca de por vida.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de mayo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de mayo de 2017.
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