Cerraría los ojos a la realidad si pretendiera que las Fuerzas Armadas españolas actuales son como las que el régimen de Franco legó al sistema parlamentario que le sucedió. La mera evolución natural de la población -y, en particular, la desaparición del mundo de los vivos de los mandos militares forjados en la Guerra Civil y en la feroz represión de los primeros tiempos de la dictadura- ha ido provocando un cambio considerable en su composición. Un cambio que, dado el signo de los tiempos, ha sido también cultural. Muchos de los que hoy se sitúan en los puestos clave de los tres ejércitos se han educado ya en un contexto social en el que el fanatismo fascista perdía enteros a ojos vista.
Pero una cosa es tomar cumplida nota de ese cambio y otra pretender que el Estado español cuenta con unas Fuerzas Armadas «democráticas», como dicen hoy los editoriales de bastantes periódicos. Primero, porque el talante imperante en las Fuerzas Armadas de los países democráticos, en general, no suele tener demasiado de democrático, como la experiencia no deja de enseñarnos. Y segundo, y más específicamente, porque la huella de las tradiciones castrenses que solidificaron durante el franquismo dista de haberse borrado por completo. El fascismo de hace 25 años ha cedido su lugar a una ideología netamente derechista en la que los viejos «valores» -«la unidad de la Patria» muy destacadamente- siguen teniendo vigencia y operatividad notables. La opinión y el estado de ánimo imperantes en las Fuerzas Armadas constituyen factores que influyen en la modulación -si es que no en la determinación- de la política de los dos partidos que se turnan en el gobierno central.
Resulta significativo el propio hecho de que exista un Día de las Fuerzas Armadas. ¿A cuento de qué? No hay un Día de la Hacienda Pública, en el que los empleados del Ministerio en cuestión desfilen por las calles exhibiendo sus temibles actas. Ni siquiera un Día de las Instituciones Penitenciarias -digo, por señalar otro oficio de parecido género-, en el que los funcionarios de la cosa muestren a la ciudadanía sus últimas adquisiciones en materia de rejas, cerrojos y grilletes. El trato tan especial y deferente que reciben las Fuerzas Armadas dentro del aparato del Estado está en consonancia con el que les concede la propia Constitución Española, que pone en sus manos tareas que no tienen nada que ver con la Defensa Nacional (a no ser que quepa defender la Nación encañonando a una parte de su población civil). Se corresponde también con esa antipática costumbre que tiene el Jefe del Estado de vestir uniforme incluso en actos perfectamente civiles, como para que no nos olvidemos que sus poderes son los mismos que los del cardenal Cisneros.
Se trata, en muy buena medida, de una herencia del franquismo, que consideraba a las Fuerzas Armadas como «columna vertebral de la Patria». Una función que no puede corresponder a la milicia en una sociedad democrática. Ni a la milicia ni a ninguna institución, considerada aisladamente. Pero a ella menos todavía.
Veo a Bono de ministro de Defensa, con sus discursos de fachilla aficionado, e imagino que se comporta así para caer bien al alto mando castrense. Me dicen que sí, pero que se equivoca, porque ese estilo vocinglero y salvapatrias no conmueve ya ni poco ni mucho a sus destinatarios. No sé, pero no me tranquiliza nada que el ministro que menos debería tener que decir en materia de política interior sea el que más y más constantemente larga. Las armas -y de Fuerzas Armadas hablamos- las carga el diablo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (29 de mayo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2017.
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