Uno puede ir por la vida de inflexible defensor de los Derechos Humanos. O todo lo contrario: de realpolitiquero acomodaticio. O instalarse en cualquier estación intermedia.
Lo que uno no puede hacer es echar mano simultáneamente del purismo más intransigente y del pragmatismo más pedestre para abordar el mismo asunto, y encima dárselas de coherente.
Dice Aznar que Euskadi no debe ofrecer hospitalidad al Parlamento kurdo en el exilio porque «una democracia normal no puede tener relaciones de ningún tipo con grupos que alimenten o amparen acciones terroristas». Pues, hombre: un «grupo» que no solo «ampara» sino que incluso practica acciones terroristas es el Gobierno turco. Ahora mismo, en flagrante violación de las leyes internacionales, está atacando a la población kurda asentada en suelo iraquí. ¿No debería reaccionar nuestra democracia normal?
Pero la intransigencia purista del presidente español vale sólo cuando habla de los kurdos. Así que se refiere al Gobierno turco, adiós principios: es la realpolitik la que impera. «Turquía es nuestro socio en la Alianza Atlántica», arguye. También el Portugal de Salazar perteneció a la OTAN, no te giba. Como si estar en la OTAN fuera aval de democracia.
Aznar sabe más que de sobra que el Gobierno de Turquía no ha logrado ni siquiera que su país sea inscrito en la lista de espera de la UE, y que la razón es justamente ésa: que viola sistemáticamente los Derechos Humanos.
Pero prefiere no recordarlo. Entre otras razones, porque los viola con su apoyo: con armas compradas a España.
«Una democracia normal no puede tener relaciones de ningún tipo con grupos que alimenten o amparen acciones terroristas». Suena muy aparente, pero no tiene ni pies ni cabeza. Si Aznar se ajustara a ese criterio, no podría tener relaciones con un montón de gobiernos, no hubiera podido ayudar a asentar varios procesos de paz en América Latina, hubiera debido romper todo contacto con el PSOE de los GAL y, desde luego, no podría ni plantearse negociar la paz en el País Vasco.
Se está aficionando a las frases tan campanudas como hueras. Afirma: «La paz no tiene precio político». ¿Ah, no? ¿Qué pretende, entonces: regalarla o que se la regalen? Añade: «Ninguna forma de violencia es tolerable». ¿Y qué son los bombardeos sobre Irak, que él apoya? ¿Actos pacíficos?
Palabras, palabras, palabras. Muchos políticos se escudan en la grandilocuencia para disimular que carecen de ideas.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de febrero de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de febrero de 2011.
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