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2004/01/10 06:00:00 GMT+1

Las emociones

Sintiéndose ya en la puerta de salida de La Moncloa -aunque todavía le queden unos meses de inquilinato gratuito-, Aznar se vio ayer sorprendido por sus propias emociones. Se le vinieron las lágrimas a los ojos. Y se sintió avergonzado. «Mi obligación es contener mis emociones», se excusó (sobre todo ante sí mismo, me temo).

Siempre he considerado que las lágrimas constituyen un modo totalmente válido de manifestar los sentimientos. Lo mismo que la risa. Admito que no sea cosa de echarse a llorar a todas horas y en todas partes. Sobre todo porque los demás no conocen el motivo de nuestra pena y puede resultarles incómodo y desazonante vernos tan afectados. Pero, cuando la razón es obvia, resulta ridículo tragarse las lágrimas. Entre otras cosas porque luego se te queda un dolor de cabeza de mucho cuidado.

La cuestión no es que se te salten las lágrimas, sino por qué se te saltan.

Siempre recuerdo unas lágrimas que me indignaron. Estaba Martín Villa contando los sucesos de 1976 en Vitoria, cuando la policía de su Gobierno abrió fuego contra la muchedumbre y mató a cuatro trabajadores. Habló con perfecta tranquilidad de los terribles hechos y trató de justificarlos apelando al nerviosismo del momento, pese a que todos sabemos que los grises dispararon porque les dieron esa orden (un radioaficionado grabó la conversación entre el destacamento policial y sus mandos). Contó luego que él se desplazó al hospital donde estaban los heridos. Y cuando le llegó el momento de recordar que los familiares le obligaron a largarse gritándole «¡Asesino!»... ¡se emocionó y se le pusieron vidriosos los ojos!

A Aznar le pasa lo mismo. No se le saltan las lágrimas hablando de las decenas de emigrantes que pierden la vida tratando de cruzar el Estrecho. No llora por los miles de víctimas de la guerra de Irak. Puede sonreír plácidamente mientras -le consta- mueren de hambre en todo el mundo miles y miles de personas, víctimas de un hambre que podría no existir si la economía mundial no funcionara con los criterios que él defiende y contribuye a mantener. Ni siquiera llora en los entierros de las víctimas de ETA. Sólo llora cuando se ve embargado por la emoción de su propia generosidad: ¡deja La Moncloa pudiendo seguir instalado en ella! ¡Qué gesto tan conmovedor!

«Mi obligación es contener mis emociones», dijo. Y, siendo como es, se entiende que dijera eso. Pero, de ser un hombre menos superficial y menos pagado de sí mismo, habría reflexionado sobre esas lágrimas espontáneas por lo que tienen de reveladoras.

Entonces habría dicho: «Mi obligación es pensar en el por qué de mis emociones».

Pero la respuesta le habría resultado insoportable.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de enero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/01/10 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: martín_villa españa aznarismo transición 2004 aznar apuntes | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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