Me consta que, para que a uno se le entienda bien, lo primero que debe hacer es explicarse bien. De la misma manera y por la misma razón, sé que la receta de la buena explicación puede incluir muy diversos ingredientes, pero hay uno que es imprescindible: debe ser unívoca. Si quieres decir A, arréglatelas para que no parezca que estás entre A o B, o si estás en A o estás en B.
De acuerdo.
Pero la columna periodística (o el apunte del natural) no forma parte del universo científico-académico, sino de un submundo literario un tanto especial, en el que uno no sólo trata de explicarse, sino también, a veces, de divertirse y, si es posible y ya de paso, divertir durante un rato a la gente que se toma el trabajo de leerle. Por ello, y cuando el cuerpo se lo pide, hace incursiones en el campo del surrealismo, o del sarcasmo, o en el de la pura y simple broma, aunque con ello corra el riesgo de que la coña a la que ha recurrido sea tomada al pie de la letra y se encuentre en la siempre inconfortable situación de tener que explicar un chiste.
Viene esto a cuento de lo que escribí ayer, que me ha procurado una curiosa correspondencia, a la que paso a responder.
Primer asunto: puedo asegurar y aseguro que el hecho de que algo que creo que conviene hacer deba realizarse a más de tres manzanas de mi casa no suele ser obstáculo para que lo haga. Por ejemplo: ahora mismo estoy a más de 400 kilómetros de mi casa para hacer algunas cosas que no me reportan ningún beneficio económico, pero que creo que debo hacer.
Segundo asunto: coincidir en tal o cual opción política con alguien que me da cien patadas no me parece suficiente razón para no hacerlo. Lo de que ya no puedo abstenerme en el referéndum del 20 porque los obispos recomiendan la abstención era -veo que debo aclararlo- una broma. Si para evitar coincidir con los obispos me inclinara por votar «No», adoptaría una lógica delirante. Descubriría entonces que me es imposible votar «No» porque eso me llevaría a coincidir con la extrema derecha tipo falangista. Pero como tampoco puedo votar «Sí», porque entonces haría lo mismo que Rubalcaba y Aznar... En resumen, que no podría hacer nada, porque cada una de las opciones viables -hasta la del voto nulo o en blanco- siempre es asumida por alguien que me da por rasca.
Me explico, pues. El día 20 haré lo que me dé la gana. Eso es algo que sólo me concierne a mí. Haré lo mismo que cada cual de vosotros y vosotras, que hareis lo que finalmente tengais a bien. No trato de influir en la decisión última del voto de nadie porque, como ya he dicho en otras ocasiones tomando a Marx (Groucho) por maestro, jamás aceptaría votar lo mismo que alguien que vota algo tomando como argumento que es lo que voto yo.
Durante los últimos tiempos sólo he tratado de defender un par de ideas: la primera, que este referéndum es un intento de conferir a toro pasado una legitimidad democrática a unas decisiones que ya tienen tomadas los grandes prebostes continentales; la segunda, que esas decisiones configuran una Europa que no me gusta. ¿Que cabe imaginar otras Europas que me gustarían aún menos? Cabe, pero no las creo posibles en las actuales condiciones, como tampoco creo posible esa «Otra Europa es posible» que defienden algunos partidarios del «No».
Y ahora os dejo, que se va haciendo tarde, en Donosti hace un día precioso y me gustaría dar un paseo antes de salir para Bilbao.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (11 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.
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