Estoy tratando de trabajar. Suena el teléfono. Descuelgo.
-¿Sí?
-¡Hola! ¿Con quién hablo? -me dicen.
-Es usted quien me ha telefoneado. Identifíquese usted.
Comprendo que habrá personas a las que les pareceré un antipático -muchas veces me lo parezco a mí mismo-, pero no creo que nadie pretenda que constituyo una fácil presa para los estafadores telefónicos.
-Mire, le llamo de la empresa Plutuflús Telefónic. Estamos realizando unas comprobaciones del funcionamiento de las centrales digitales que hemos instalado a Telefónica y necesitamos que usted...
-Eh, eh, eh. Pare el carro. Para empezar, desconozco la existencia de Plutuflús Telefónic. En segundo lugar, no sé si usted trabaja o no para esa empresa, pero su mera afirmación no constituye prueba alguna de ello. En tercer lugar, tampoco me consta que esa empresa sea digna de confianza. En cuarto término, me es perfectamente indiferente que ustedes hayan instalado o no a Telefónica tales o cuales centrales digitales: supongo que habrán cobrado a Alierta y a su sobrino lo suficiente como para costearse las comprobaciones. En quinto...
Pip, pip, pip...
La jovencita ha tirado la toalla. Asustada por mi airada combatividad, pero asustada, sobre todo, por la posibilidad de que en el ínterin pudiera estar haciendo las gestiones necesarias para localizar el origen de su llamada y pillarla con las manos en la masa.
Porque se trataba de un intento de estafa. No lo sabía cuando recibí el telefonazo, pero me enteré luego. Te piden que marques no sé qué y, a partir de ahí, todas las llamadas que realizan ellos las costeas tú. Dos meses después, te llega una factura telefónica de miles de euros.
Hay llamadas con pretensión de estafa ilegal. Otras dirigidas torpemente al negocio cutre.
-¡Hola, buenos días! Llamo de Telefónica Data. Mi nombre es Yolanda. Quisiera hablar con don Javier Ortiz Estévez.
-Soy yo.
-¡Buenos días, señor Ortiz Estévez! Le llamo porque no sabemos si usted conoce las ventajas de nuestra línea ADSL. Quisiera informarle de los beneficios que puede obtener contratándola.
Cojo aire.
-Mira, Yolanda. Tú no tienes la culpa de trabajar para una mierda de empresa. Pero, si los jetas de tus jefes pagaran por tener actualizada la base de datos de vuestro ordenador central, les constaría que tengo línea ADSL desde hace la tira. De saberlo, no me habríais llamado, tú no estarías haciendo el ridículo ni yo perdiendo el tiempo.
-Oh... ah... ya... perdone.
-No, si no tengo nada que perdonarte. Estoy hablando de tus jefes. Seguro que a ti te pagan cuatro duros por estar todo el día dando la murga al personal.
-Eh... Ah... No me está autorizado hablar de esas cuestiones...
-Pues dejémoslo, no vaya a ser que el Gran Hermano te despida.
Cada conversación de éstas no me cabrea demasiado.
Cada llamada al timbre del portal («¡Cartero comercial! ¿Me abre?»), tampoco.
Pero, cuando entre las unas y las otras me hacen perder una hora de jornada y consiguen desconcentrarme una docena de veces, mi humor no mejora nada, lo que se dice nada.
Nada. De verdad.
En absoluto.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (23 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.
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