Jugábamos ayer una partida de dominó con la televisión encendida. No veía las imágenes, pero la oía. No sé de qué canal se trataba; da lo mismo.
Hubo un momento en que la mal llamada «pausa publicitaria» acumuló una auténtica catarata de admoniciones cívico-sanitarias: que si el tabaco mata, que si el alcohol mata, que si las drogas (las demás, supongo que querían decir) matan... Lograron irritarme.
«¡La vida mata!», acabé mascullando.
Por supuesto que la vida mata. Empezamos a morir en el mismo instante en que nacemos. Es una verdad de Pero Grullo, aunque a la mayoría -en la que en este caso me incluyo- no le suela gustar recordarlo. La vida mata a una u otra velocidad en función de variables que a veces podemos controlar parcialmente y otras, en absoluto.
El corazón deja de latir en un segundo, pero la muerte no es un acto único, salvo que llegue por accidente. Es el resultado de una acumulación. ¿Estamos igual de vivos a los 80 que a los 50, y a los 50 que a los 25? Desde luego que no. A mis casi 56 años, lo constato: la muerte va ocupando cada vez más espacio en mi interior.
Pero lo que en los últimos tiempos me ha dado más que pensar (y que sentir) no es la fácil constatación de mi decadencia física -que trato de sobrellevar con resignación atea- sino la evidencia de que es todo mi entorno el que camina poco a poco hacia su fin.
Por supuesto que me ha afectado la muerte reciente de mi amiga Cristina Piris. Pero no es eso sólo.
Ahora mismo, mientras escribo en la madrugada, oigo canciones de Kate Wolf. Muerta.
Antes tenía puesto un disco de Barbara. Muerta.
En los días pasados estuve sacando y ordenando las obras completas de Jacques Brel y de Georges Brassens. Muertos.
He completado también la discografía de The Beatles: ésos por lo menos van empatados, aunque sea sólo en cantidad.
Ya no llevo la cuenta de los parientes muertos. Ni de los amigos.
Miro un billete de diez euros encima de la mesa. No he logrado aprender a calcular en euros. Me siguen pareciendo ajenos. De otra realidad.
Enfrente de mi casa, aquí, en Aigües, donde siempre hubo un descampado, ahora hay una villita prefabricada.
En el valle, durante años casi despoblado, están acabando una urbanización.
Poco a poco, mis referencias se van muriendo. Porque la muerte no gana terreno sólo en lo que pierdes; también en lo que aparece y te es extraño.
Me preguntaréis cuál es la tesis de este apunte.
No hay ninguna tesis. Sólo una incómoda tristeza. Un cierto hastío.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de enero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de mayo de 2017.
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