Volví a ver ayer Spartacus (o sea, Espartaco, pero en versión original).
Supongo que acabaré sabiéndomela de memoria.
Como algunas otras grandes películas -Casablanca, El tercer hombre-, la magia de ésta se basa también en el conflicto de intereses del que nació.
Stanley Kubrick buscaba, sobre todo, el espectáculo. Quería demostrar -y demostrarse- que era capaz de hacer una gran superproducción. «La película más cara de la Historia», decía la publicidad. «Supera a Ben Hur». ¡A Ben Hur!
Kubrick deseaba hacer una película de romanos. La mejor. Y lo consiguió.
El guionista, Dalton Trumbo, respondía a otras motivaciones. Por aquel entonces, Trumbo ni siquiera podía figurar oficialmente en los títulos de crédito de la película, porque el Tribunal de Actividades Antiamericanas le había prohibido trabajar en Hollywood. Declarado izquierdista, a Trumbo lo que más le interesaba de la novela que inspiraba la película era el enfrentamiento social entre los esclavos y la Roma patricia que relataba. Un enfrentamiento que él -como tantos otros anteriores lectores del texto, entre ellos Carlos Marx- tomaba como símbolo del eterno combate entre opresores y oprimidos.
Es en esa clave como hay que entender los diálogos del filme, algunos de una belleza y una lucidez verdaderamente sublimes.
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«Siento que hemos empezado algo que nunca tendrá final», dice Espartaco.
Ésa es la esencia de la lucha contra la opresión: un viaje sin destino posible.
Es un combate en el que cabe obtener algunas victorias, incluso algunas victorias importantes, pero nunca la Victoria. Jamás el triunfo definitivo.
La codicia humana y la sed de poder afloran siempre de nuevo, y vuelven a imponerse bajo unas u otras formas. Incluso, a menudo, de la mano de quienes encabezaron el anterior combate.
En una Naturaleza sometida a la ley de la supervivencia del más fuerte, la prevalencia del débil es forzosamente efímera.
¿Vale entonces la pena luchar? Espartaco responde: «Sólo con habernos enfrentado a ellos, ya vencimos en parte».
Exacto.
Como es igual de exacta la afirmación formalmente contraria: aquél que no sabe si enfrentarse a la injusticia porque duda de las posibilidades de acabar con ella ya está derrotado.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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