Apunté hace un par de semanas algunos problemas provocados por la elefantiasis que padece el mercado español del periodismo deportivo. Uno está claro: no es nada fácil rellenar la gran cantidad de diarios deportivos, de secciones de deporte de los diarios de información general, de horas de programación especializada en las radios, en las televisiones llamadas generalistas y en los canales de TV que emiten vía satélite, varios de los cuales tienen carácter monográfico.
Esa realidad enloquece las relaciones entre la oferta y la demanda, incluyendo las de la oferta y la demanda de noticias. Como realmente no suceden todos los días tantas cosas de interés en el mundo del deporte, a los periodistas del ramo no les queda más remedio que exagerar la importancia de hechos o declaraciones que apenas la tienen. Lo cual se nota muy particularmente en épocas de sequía informativa, como ésta que vivimos ahora: como no hay competiciones futbolísticas de interés general, y el fútbol acapara normalmente el 90% de la atención del público y de los medios, se inventan lo que sea para rellenar todo el espacio y todo el tiempo que les sobra, que es mucho.
Uno de los medios de los que se valen con más frecuencia para alcanzar ese objetivo -matar el tiempo como sea- es perpetrar largas, interminables, eternas entrevistas a los protagonistas de las escasas noticias que hay.
Reconozco que con muchas de esas entrevistas me lo paso bomba. Suelen coincidir con las horas a las que me toca realizar en la cocina algunas tareas propias de mi sexo, y me las trago con deleite. Los pobres deportistas las pasan canutas, entre otras cosas porque los periodistas, empeñados en que la charla dure lo más posible, se adornan con preguntas tan concretas como: «¿Te encuentras bien?», «¿Cómo ves la nueva temporada?», «¿Tienes buenas sensaciones?» y otras generalidades por el estilo. Ellos, como disertar no es lo suyo -Valdanos excluidos- y además se ponen muy nerviosos en cuanto les plantan delante de la boca la alcachofa correspondiente, buscan refugio en todos los tópicos que les vienen a la memoria, combinándolos al azar. Así, el uno asegura que está dispuesto a «vaciarse», el otro amenaza con sacar «todo lo que tiene dentro» -nada que ver con vomitar, sin embargo-, el de más allá, que busca su beneficio personal como un fiera -por supuesto-, afirma que «lo importante es el equipo» y que él hará «lo que mande el míster»... Y así.
Ayer observé que hay una coletilla que ha alcanzado el máximo, el top en las declaraciones de los deportistas de todas las especialidades. Consiste en encabezar las respuestas, sea cual sea la pregunta, con el latiguillo «La verdad es que...». Anoche, mientras fregaba, me tragué una interminable entrevista con una atleta que se dispone a ir a los Juegos Olímpicos. Pues bien: la moza no sólo inició todas sus respuestas con el consabido «La verdad es que...», sino que lo introdujo además una y otra vez en el interior de sus balbuceos. Debió de soltar lo de «La verdad es que...» del orden de veinte o treinta veces. Pobrecilla.
¿Que tiene eso de malo? Que la población menos culta es mimética y repite todo lo que oye en los medios de comunicación. No he hecho aún la prueba, pero me juego lo que sea a que muchísima gente de la calle empieza ya todas sus frases con el consabido «La verdad es que...».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de junio de 2017.
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